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Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Tercer testimonio
El relato de un arrepentido
Este testimonio puede ser esclarecedor ya que se trata de una persona que participó de los
hechos pero advirtió la gravedad de lo sucedido. A continuación, reproducimos un
párrafo
de una
carta sin fecha ni firma, de uno de los actores del asalto al gobernador Virasoro en los sucesos del 16
de noviembre de 1860.
“Una cuestión sobre minas, que todos dicen aunque yo creo que es pretexto que Virasoro se las
quería agarrar, fue uno de los resortes que se pusieron en juego
para enconar más a la gente del pueblo y hacer hervir las pasio-
nes y por fin el destierro de unos cuantos que eran los cabezas
de la revolución, vino a precipitar el movimiento que estalló el
16 pero que nunca creimos tuviese por objeto una matanza.
Yo vi el pueblo armado y contribuí a todo,
mas en la cre-
encia que era para intimidar al mandón, hacerlo renunciar y si
era preciso, ponerlo preso y mandarlo al gobierno nacional que
le diera otra colocación. Así pues cuando entré con los demás a
la casa y lo vi salir con el chiquillo en los brazos y que le hicie-
ron fuego a pesar que él decía que estaba a disposición del pue-
blo,
me dio temor por una acción tan infame y retrocedí asusta-
do hasta un rincón, detrás de aquella gentuza que por momen-
tos triplicaba el número, encabezados por unos 15 o 20 amigos
del gobierno, jóvenes a quienes yo no hubiese creído tan san-
guinarios y feroces.
Allí presencié el fusilamiento inútil de aquella pobre
gente que a la verdad tenían bien puesto el nonbre de valientes
porque lo eran hasta donde puede llegar el valor de los hombres;
ni uno solo de los once que estaban, contando tres o cuatro orde-
nanzas y sirvientes, se mostró flojo ni pidió cuartel. Hechos
pedazos, brotándoles a torrentes la sangre por veinte bocas
abiertas por las balas,
mutilados muchos de sus miembros, se
defendían y peleaban como leones, hasta que cayeron sin dar un
gemido entre la gritería infernal del pueblo.
La mujer de Virasoro salió con sus hijos gritando si no
habían balas para ella. La sangre se me heló en el cuerpo al ver
aquella mujer hermosa, desnuda, con sólo una bata suelta y des-
calza, con los niños en la mano, pálida como un muerto, ante
aquella pueblaba cebada en sangre. Nunca creí ver algo tan
horrible como lo que acababa de ver.
Felizmente el oficial
Marcelino Quiroga, se dio vuelta y
dio la voz de
—¡Fuera, ya concluyeron los tiranos!.
Entonces se dispuso llevar a la plaza los cadáveres mien-
tras que varias comisiones se repartieron con orden de acabar
con todos los amigos del gobernador.
Muchos de estos han sido unos buenos bribones y merecían un buen susto. El que les dieron no
fue chico como a los jefes militares que se han escapado a Dios gracias y a los buenos caballos.
Algunas horas después supe que no habían muerto ninguno sino que los tenían presos lo mismo
que a los representantes.
Al día siguiente la gente se miraba unos a otros y se agrachaba teniendose miedo a si mismo. Los
que dieron los primeros tiros a Virasoro negaban que hubiesen ellos asistido y culpaban a otros. El
remordimiento empezó a hacer efecto y yo he visto a algunos hacer acciones de locos, según era el
miedo que les entró.
Se nombró a Precilla gobernador interino y se negó. Esto infundió más el pánico, hasta que empe-
zaron a esconderse,
mas como los promotores vieron el compromiso y el aislamiento en que iban a que-
dar, se pusieron con tesón a juntar la plebe y temiendo otro San Bartolomé, concurrieron muchos ciu-
dadanos y como último recurso, mientras llegaba Aberastain a quien se había mandado llamar a esta para
gobernar, ahí en Buenos Aires y en otras partes, se nombró provisoriamente o fue el único que aceptó al
chileno Cobo.
Mientras tanto, amigo, si antes era esto malo hoy es peor. Cierto que se oyen y se gritan palaca-
das capaces de asustar a Napoleón, se hacen invitaciones y amenazas a Mendoza y San Luis que ate-
morizan. Pero la verdad es que los hombres en privado no saben qué hacer. Los oigo contar con Peñaloza
y con los hombres de esa. Pero yo que sé algo de anterior por un amigo de Virasoro creo que se enga-
ñan ellos mismos.
Muchos que han registrado los papeles y la correspondencia de Virasoro, temen más
que Peñaloza invada a San Juan en venganza del gobernador de su plenipotenciario Rollin que era todo
su despempeño en diplomacia.
Muerte innecesaria
Que la muerte de Virasoro fue innecesaria lo demuestra el hecho de que reconciliadas momentá-
neamente la Confederación y el Estado de Buenos Aires y buscando ambas partes la unidad nacional, el
11 de noviembre se reúnen en Paraná, Justo José de Urquiza, el general Bartolomé Mitre, gobernador de
Buenos Aires y Santiago Derqui, presidente de la Confederación. Preocupados por la situación de San
Juan, deciden enviarle una carta a Virasoro en la que le expresan que “nos permitimos aconsejarle un
paso que le honraría altamente y que resolvería de una manera decorosa para todos la crisis por la que
está pasando esa desgraciada provincia”.
“Este paso que le aconsejamos amistosamente —dice la carta— es que meditando seriamente
sobre la situación de San Juan, tenga V.E. la abnegación y el patriotismo de dejar libre y espontánea-
mente el puesto que ocupa en ella, a fin de que sus aptitudes militares puedan ser utilizadas en otra parte
de la Nación, con mayor honra para el país y para V.E.
mismo”.
En pocas palabras, el gobernante correntino iba a renunciar a su cargo. La carta fue despachada
el día 16, el mismo en que fue asesinado Virasoro.
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