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El asesinato de Benavides
El reñidero de gallos estaba ubicado en lo que hoy es la calle San Luis, entre Sarmiento y Entre
Ríos. Allí estaba aquella tarde el general Benavides. Era el 19 de setiembre de 1858.
Veinte efectivos al mando del comandante en jefe de las fuerzas de la provincia, Domingo
Rodríguez, entraron al local y detuvieron al general.
De allí se lo sacó y se lo condujo a la cárcel del Cabildo, frente a la Plaza Mayor.
Se lo alojó en calidad de incomunicado en una pieza alfombrada del segundo piso, de techo muy
elevado y amplio balcón, con frente a la plaza. Y se lo aseguró bien con una barra de grillos de 32 libras
de peso.
Diez y seis hombres al
mando del teniente 2º Rafael González —un pésimo sujeto, hombre de
acción del gobernador Gómez— quedaron a cargo de su custodia.
El día 20, el gobierno hizo saber al juez de Crimen que “se halla
preso e incomunicado en los altos del Cabildo el general don Nazario
Benavides por conato comprobado de sedición, según aparece de las
sumarias levantadas a sus cómplices y colaboradores”.
Las voces pronto comenzaron a circular:
—Van a matarlo a Benavides, quieren hacerlo desapare-
cer de la política sanjuanina.
Las intenciones habían quedado expuestas y Telésfora
Borrego de Benavides sabía que si no actuaba rápido y logra-
ba que intervinieran las autoridades nacionales, su esposo no
saldría con vida.
—Coronel, le pido por favor que interceda por mi espo-
so...
—Señora, esté usted segura que haré cuanto esté a mi
alcance...
—Queda poco tiempo coronel...
—¿Porqué lo dice?
—Tengo información de que mi marido será asesinado en pri-
sión.
—¿Está usted segura?
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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General Nazario Benavides
El marco político
El 26 de febrero de 1836 asumió por primera vez el mando de la provincia Nazario
Benavides. Tras ser reelecto ininterrumpidamente, el 13 de diciembre de 1854, renunció a
su cargo. En ese lapso, delegó el mando en innumerables oportunidades para ponerse al
frente del Ejército y ser protagonista de memorable batallas.
Un caso de longevidad polí-
tica extraordinario en la república.
Fueron años muy duros para el país en los que mucha sangre se derramó. La pre-
sencia paternalista y respetuosa de Benavides en San Juan evitó que ese clima se traslada-
ra a la provincia.
Fue el menos rosista de los federales y uno de los más respetados militares del inte-
rior. Sin preconceptos ni intelectualismos, hombre práctico al fin, supo ganarse a casi todos
los sanjuaninos, gobernando sin desbordes.
Volvió el 18 de marzo de 1857 para gobernar poco más de un mes, hasta el 29 de
abril de 1857, en un despropósito sólo explicable desde el punto de vista humano, sin
advertir que ya el ambiente esperaba un cambio que abriese paso a nuevas ideas.
El país y la provincia ya tenían Constitución.
El dilema era humano: ¿qué lugar puede darle una sociedad a un hombre aún joven
que la ha gobernado durante más de 18 años?
¿Podía ese hombre ser indiferente o imparcial con los que lo habían reemplazado?
Hasta 1857, según Caillet Bois, la escena política sanjuanina se dividía en cuatro
sectores:
“el partido de los federales amigos del general Benavides, el partido de los uni-
tarios amigos del general Benavides, el partido de los federales disidentes del general
Benavides y el partido de los unitarios adversarios del general Benavides”.
En 1858, con el gobierno constitucional de Manuel José Gómez Rufino, pronto sólo
quedaron dos fracciones: el oficialismo y la oposición.
El escenario había cambiado. Ya no se hablaba de unitarios y federales.
El Club del Pueblo, desgajado del Club Libertad, nacía de la fusión de liberales y
federales inaugurando una etapa que se prolongaría durante veinte años, olvidando enco-
nadas trincheras partidistas.
Y los cambios, sumados a la escisión interna, debilitaban al gobernador Gómez,
dejándolo sólo con unos pocos amigos y parientes.
A todo esto, la convivencia con Benavides, que ejercía el cargo de comandante de
la División Militar del Oeste, no era fácil.
Al principio era simples cuestiones de competencias en sus esferas civiles y milita-
res. Pero pronto se comenzó a hablar seriamente de una revolución.
Y se señalaba al par-
tido de Benavides como propiciador de una asonada. Se hablaba de armas que el caudillo
tenía ocultas y prontas a hacerlas actuar.
El general se había transformado en un enemigo peligroso, al que el gobierno que-
ría eliminar a cualquier precio.
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