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Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Es evidente que las pasiones no sustituyen la profesionalidad.
Y fueron más las expectativas que la realidad.
Cuando comenzaron a disparar los cañones, los animales de la caballería sanjuanina se espanta-
ron.
Al piso fueron a dar varios de los integrantes del cuerpo que debieron transformarse en infantes.
Don Serapio Ovejero, uno de los jefes, optó por huir seguido de un grupo desordenado.
Otro de los jefes de Caballería, el coronel Pablo Videla, tirado por el caballo, se vio obligado a
sumarse a la infantería.
“Los odios eran grandes y los federales mendocinos se encarnizaron con los vencidos, por libe-
rales y por sanjuaninos”,
dice el historiador José María Roza.
¿Cuántos murieron?
Nunca se sabrá.
Algunos hablan de 400 muertos. Otros reducen la cifra a la décima parte.
Más concreta es la cantidad de heridos: cien. Y la de prisioneros: 300, entre jefes, oficiales y tropa.
Un crimen sin sentido
Los relatos históricos hablan de que muchos sanjuaninos fueron ultimados a
“lanza seca”.
Se los
perseguía y se los traspasaba con una lanza. Los historiadores puntanos desmienten esta afirmación:
“es
mentira que se lanceara a prisionero alguno”.
Aberastain, su edecán Gabriel Brihuega y otros jefes fueron tomados prisioneros y conducidos a
un corral de cabras que había en las inmediaciones.
Allí pasaron esa noche, custodiados por las fuerzas puntanas y mendocinas.
Al día siguiente, fueron puestos bajo custodia del capitán Domingo Pio Flores y el oficial
Eleuterio Mariño, las órdenes del comandante Francisco Clavero.
En la mañana del día 12 de enero, las fuerzas invasoras, con sus prisioneros comenzaron la mar-
cha hacia San Juan.
La mayoría de los sanjuaninos venía descalzos.
El sol implacable de enero, el cansancio, las heridas en muchos hombres, las ropas hechas giro-
nes y las llagas en los pies, transformaron en un suplicio el triste regreso de la derrota.
Es en ese viaje que se produce un hecho que conmovería al país: el fusilamiento de Aberastain.
Con el fin de ser objetivos, vamos a recrear las dos situaciones posibles, de acuerdo a que las ver-
siones tengan origen en San Juan o en San Luis.
La versión puntana
Antonino Aberastain sabía que había perdido.
Sólo le quedaba la muerte heroica.
Y por eso no dejaba de insultar a sus captores y de llamarles invasores y asesinos.
Además, intentaba sublevar a los prisioneros, desafiando a
“estos cobardes”
que los traían dete-
nido.
En determinado momento, Aberastain se detiene.
—No puedo seguir. Tengo los pies destrozados. Denme un caballo o no doy un paso más.
Clavero no soportó más y a media mañana impartió la orden:
—Fusilenló.
La versión sanjuanina
Se basa en un relato del agente Thorton enviado a Russel. El Foreign Office dice que Aberastain
“fue obligado a ir a pie, sin calzado ni calcetines, sobre un terreno muy escabroso y después de andar
tres leguas pidió un caballo o que le mataran en el acto. El oficial que estaba a cargo resolvió hacer lo
último.
La orden se cumplió inmediatamente.
De un empujón hicieron arrodillar a
Aberastain.
Pretendieron vendarle los ojos.
—¡No! ¡Quiero ver entrar las balas en mi corazón!
Pero ni esa gracia se le concedió: cayó atravesado desde la espalda por las balas de los invasores.
En horas de la tarde el coronel Juan Saa, con sus tropas y sus prisioneros, llegaron a la ciudad.
Ya la noticia había corrido como reguero de pólvora:
—¡Mataron al gobernador! ¡Mataron a Aberastain!
San Juan estaba de duelo.
La gente corría a informarse sobre la suerte de sus seres más cercanos.
Pero no había hogar que no hubiera sufrido las consecuencias de la guerra.
Algunos perdieron a sus hijos. Otros los veían pasar con sus ropas deshechas, con sus heridas, con
sus pies llagados, conducidos como reses por las tropas victoriosas.
A continuación sobrevino la ocupación por parte de Saa, en nombre del gobierno federal.
A los dos días de estar en San Juan, Saa repuso a la Legislatura que había funcionado con Virasoro
y mandó reponer en sus empleos judiciales y civiles a los ciudadanos que hasta ese momento prestaban
servicios.
El 31 de enero, una ley declaró
“bárbaros y alevosos asesinatos los perpetrados el 16 de noviem-
bre en la persona del gobernador de la provincia (Virasoro) y demás personas”.
Todos los actos de
gobierno de las administraciones de Coll y Aberastain fueron considerados nulos.
El 12 de febrero, la Legislatura sancionó una ley expresando el agradecimiento de la provincia
“a
las autoridades nacionales y a las provincias de Mendoza y San Luis por haberla rescatado de la anar-
quía que la devoraba.
Un títere en el gobierno
Un mes y medio estuvieron las tropas en San Juan.
En ese lapso el pintor mendocino Gregorio Torres, realizó el mejor retrato que existe del gober-
nador puntano, un óleo en tela.
El 19 de febrero, los diputados de la Legislatura, reunidos en asamblea con los doblantes, eligie-
ron como gobernador interino al hombre que puso Saa: Filomeno Valenzuela, ex jefe de policía de
Virasoro.
Lo que no sabía Saa cuando dejó la provincia es lo poco que duraría la
“normalización”
alcan-
zada.
No había llegado aun a San Luis el jefe federal cuando Valenzuela ya no estaba en el gobierno.
¡Fue todo tan ridículo!
El día 1 de marzo, don Filomeno llegó a caballo a la plaza mayor.
Descendió del animal y se dirigió al Cabildo, donde tenía su despacho.
De pronto, desde distintos escondites aparecieron unos cuarenta muchachones.
¡Pobre Filomeno!
Comenzaron a insultarlo, silbarlo, golpeaban latas, lo empujaban.
Se acercó la custodia del Cabildo y la corrieron a hondazos.
Valenzuela sólo atinó a correr y encerrarse en su despacho.
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