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Telésfora Borrego conocía bien a su esposo. Había nacido para
mandar. Conocía a la gente. Y como militar era un hombre de arrojo.
A nadie extrañó que en 1931, con 29 años, ya fuera teniente coro-
nel. Y a diferencia con otros caudillos militares, reprimió siempre
el pillaje y la matanza, fue tolerante con sus enemigos, generoso
con los vencidos y hombre de buen corazón.
Telésfora recordaba como si fuera ayer aquel 1933
cuando Benavides regresó a la provincia, tras la campaña con-
tra los indios del sur.
—Fue ese año cuando
me conoció a
mí, Telésfora
Borrego y Cano, hija del difunto Pascasio Borrego Jofré y de
doña María de los Angeles Cano, integrante de una familia
muy rica.
No fue fácil el noviazgo de aquel flaco y alto teniente
coronel con la jóven descendiente de acaudalada fortuna.
La familia de ella se oponía terminantemente a esa relación.
Querían algo más para Telésfora.
Un hombre con estudios universi-
tarios, de fortuna familiar, de relevancia política, no aquel arriero trans-
formado en militar.
Cuentan que por aquellos años volvía Facundo Quiroga a San Juan, tras participar de una de las
campañas por el norte. El general pasó revista a las tropas en el cuartel de San Clemente y tras ello le
preguntó al comandante de la guarnición:
—¿Quién es ese oficial que está en la primera fila?
—¿Cuál, general?
—El tercero a la derecha.
—Es Nazario Benavides. ¿Porqué?
—A ese hombre le perturba la traición o algo grave le sucede—
dijo el Tigre de los Llanos para
quien no había escapado el semblante del joven oficial.
Quiroga lo mandó llamar a Benavides.
—¿Qué le anda pasando a usted?
—Nada,
mi general.
—No me diga eso. A usted le pasa algo y yo lo se. Hable, que lo escucho.
—No tiene nada que ver con el Ejército, general..
—¿Tiene que ver con el amor...?
—Así es mi general.
—¿Y cuál es el problema? ¿Ella no lo acepta?
—Ella me quiere y yo también pero... yo soy pobre.
—Ahá... ¿Y entonces?
—La familia pretende algo distinto.
Quiroga sonrió con afecto y sólo dijo:
—No se me desanime, Benavides, todo es cuestión de tiempo.
Grande fue la sorpresa de Benavides cuando al mediodía vio llegar al cuartel a su altiva suegra,
doña María de los Angeles Cano de Borrego y entrar a la oficina del general Quiroga.
Nadie sabe de qué hablaron.
Pero lo concreto es que a la semana siguiente, Nazario y Telésfora pudieron casarse. Y que el pro-
pio Facundo fue el padrino de la boda., vistiendo su uniforme de gala con entorchados de brigadier gene-
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Facundo Quiroga
La ciudad
Ciento dieciseis manzanas (trece cuadras de largo por nueve de ancho) pobladas por
casas chatas y sin valor arquitectónico, componían la ciudad de San Juan en la época de
Benavides.
Frente a la plaza se alzaba el edificio más importante: la catedral, coronada por sus
dos torres y comenzada en 1712 por los padres jesuitas.
Sobre la calle del Cabido (actual General Acha), también frente a la plaza mayor, esta-
ba el Cabildo.
La casa de Benavides, sobre la actual calle Santa Fe, vereda norte, entre Acha y
Mendoza, servía de Casa de Gobierno y frente a ella, en diagonal, ocupando la manzana deli-
mitada por las calles Santa Fe, Córdoba, General Acha y Tucumán, estaba el cuartel de San
Clemente.
Todas las calles eran de tierra, no había casi árboles ni acequias y eran muy angostas
(12 metros de ancho de pared a pared) y sin veredas.
Al llegar la noche, las calles sin iluminación se transformaban en verdaderas “bocas
de lobo”.
ral, acompañado en la ceremonia por doña Felipa Cano, tía de la novia.
—¡Como pasaron de rápido aquellos años, Benavides!—
, pensaba la preocupada Telésfora a la
espera del milagro que le devolviera a su esposo.
Segundo de los Reyes fue el primer hijo en nacer. Luego siguieron Telésfora, Pedro Pascasio,
Nazario del Carmen, Tomás Numa, los gemelos Juana Angela y Juan Rómiulo, Paulina Laurentina,
Paulina de Jsús, Pedro Pascasio y en 1857 los mellizos Eduardo Javel y Gerardo Juval. Nacieron , murie-
ron prematuramente algunos, se repitieron nombres, crecieron.
La casa fue un modelo de hogar cristiano.
—¿Cómo se puede matar a un hombre por sus ideas?—
se preguntaba Telésfora,
mujer muy reli-
giosa, toda bondad.
—En mi casa nunca entró la política. Yo misma fui paño de lágrimas para los necesitados, sin
importarme sus ideas.
Como una ráfaga pasaron por la memoria de Telésfora Borrego distintas etapas de su vida.
Parece que fue ayer cuando acompañó a Benavides al Cabildo aquel
26 de febrero de 1836, a las 8 de la mañana.
Eran años de inestabilidad política. San Juan había sido invadido por La Rioja y todos estaban
pobres y temerosos. Había que elegir un gobernador. Y lo eligieron a él.
Y allí estaba aquella mañana aquel militar flaco y alto. Y ella al lado de su Nazario, elegante con
su uniforme de teniente coronel, con sus jóvenes 33 años.
Llevaban dos años de casados y ya había nacido su primer hijo, Segundo Reyes, que tenía un mes
de vida.
Nadie pensó que Nazario Benavides gobernaría durante 19 años en forma ininterrumpida, reele-
gido en forma sucesiva.
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