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tiempo—,
informaron los ministros Guillermo Rawson y Elizalde al presidente.
El 5 de enero de 1867 llegaron los Colorados de Mendoza a Pocito.
Campos dispuso a sus hombres para soportar un ataque frontal.
Pero una cosa son los planes y otra la realidad.
Los mendocinos atacaron por todos los flancos y en poco tiempo controlaron totalmente la situa-
ción.
La caballería sanjuanina se desbandó y Campos sólo logró reunir unos 200 hombres y huir en
dirección a San Luis.
Ya no había defensa posible.
Los colorados avanzaban sobre la ciudad.
Y llegaron las tropas al centro en medio de
“algaraza y tropel de caballos, seguido de tiros,
saqueos y muertes de personas indefensas”,
según describe Nicanor Larrain.
A todo esto el gobernador Rojo al enterarse del fracaso de La Rinconada no le quedó otra alter-
nativa que huir en dirección a Rosario, tratando de reunirse con el ejército del general Paunero.
San Juan una vez más ante una contigencia grave, estaba sin gobierno.
El día 9 el coronel Videla designó como gobernador interino al suspendido diputado José Ignacio
Flores.
Al ponerlo en posesión del cargo, el jefe del estado mayor revolucionario, comandante Olascoaga,
hablando en nombre del coronel Videla,
“amenazó al pueblo con hacer uso de la fuerza y del poder
adquirido por la victoria, para proporcionarse los recursos necesarios a la rebelión triunfante si no se
le proveía de medios para el equipo y mantenimiento de las fuerzas por medio de donativos o contribu-
ciones voluntarias”.
Flores se encontraba entre la espada y la pared.
El era federal. Pero también era sanjuanino.
Y de ninguna manera podía estar de acuerdo con los actos de
pillaje, asesinatos y violaciones que realizaba la fuerza invasora.
Constituyó una comisión integrada por Francisco Sarmiento,
Federico Moreno y los curas Pedro José Astorga y Salvador Giles
para que reunieran fondos entre el vecindario.
Lograron juntar 8 mil pesos bolivianos y unos 2 mil en efec-
tos.
Flores entregó el dinero al jefe revolucionario.
De poco le sirvió. El 22 de enero, Videla lo destituyó y asumió
el gobierno de la provincia.
¡Qué tremendo fue aquel verano en San Juan!
Circular por las calles se transformó en una aventura que
podía costar la vida.
Las mujeres permanecían encerradas en las casas.
Por todas partes habían
“colorados”
que provocaban a los
transeúntes y quitaban desde un caballo a un pañuelo a quien osaba
salir.
Los comerciantes decidieron cerrar sus tiendas.
También eran Colorados y montoneros aquellos hombres que
seguían a un líder cuyo sólo nombre inspiraba terror.
Llegaron sembrando el pánico.
Las ocupaciones de los montoneros eran ya un clásico que se
repetía invariablemente. ¿Porqué iba a ser distinto esta vez?
Degüellos, asaltos, violaciones de mujeres, requisa de caballa-
res y bovinos conformaron un cuadro terrorífico para los apacibles
habitantes de la villa San José, Niquivil, Pampa Vieja y Huaco.
Varela instaló su cuartel en Jáchal y reclutó gente. Pronto se
sumaron algunos chilenos que estaban radicados allí y muchos deso-
cupados. El ejército de ocupación se agrandaba. ¡Y cómo comían!
El 6 de diciembre, Felipe
Varela lanza desde Jáchal un
“Manifiesto a los pueblos americanos sobre los acontecimientos
políticos de la República Argentina”.
Y es en este punto donde debemos detenernos un momento.
Porque la historia describe casi siempre a los caudillos federa-
les a través de sus desmanes. Pero olvida sus ideales.
Aquellos ejércitos no se sostenían con los impuestos del pueblo. No sabían de presupuestos vota-
dos en un Parlamento.
Se autosostenían con las
“exacciones”
forzosas que hacían en cada pueblo que tomaban.
Además, sus integrantes no salían de academias militares.
A nadie se le pedía certificado de estudios.
Bastaba con que supiera combatir y estuviera dispuesto a hacerlo.
Así era como se
“enganchaban”
desde aventureros a delincuentes.
El manifiesto de Varela arengaba:
“¡Argentinos! El hermoso pabellón que San Martín, Alvear y Urquiza llevaron altivamente en
cien combates haciendo tremolar con toda gloria en las tres grandes epopeyas que nuestra patria atra-
vesó incólume, ha sido vilmente enlodado por el general Mitre, gobernador de Buenos Aires.
La más bella y perfecta carta constitucional democrática republica-
na federal, que los valientes entrerrianos dieron a costa de su san-
gre preciosa, venciendo en Caseros el centralismo odioso de los
espurios hijos de la cultura de Buenos Aires, ha sido violada y muti-
lada desde el año sesenta y uno hasta hoy por Mitre y su círculo de
esbirros.
Nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada,
en orden común, la paz y amistad con el Paraguay y la unión con las
demás repúblicas americanas”.
Las cosas se estaban poniendo muy mal en San Juan.
La decisión estaba tomada: San Juan sería invadida.
De Mendoza habían partido 2 mil efectivos bajo el mando de Juan
de Dios Videla.
El coronel
Campos los esperaba con 1.200 hombres en La
Rinconada, siempre ligada a los sucesos trágicos de San Juan.
En el orden nacional comenzó a existir preocupación.
—Los sucesos de San Juan son muy preocupantes. La situación de
la república es seria y es preciso atender el peligro sin pérdida de
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Juan de Dios Videla
José Ignacio Flores
Guillermo Rawson
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