Juan Carlos Bataller
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sinato, que concluiría con la afeitada a sable del preso y su traslado a la cárcel de la planta baja. No obs-
tante el vejamen no pasaría de una comedia pues el general Benavides lo salvó de aquella afrenta.
Finalmente Sarmiento obtuvo su libertad. Cuentan que fue doña Telésfora —a la que había ofen-
dido Sarmiento— la que intercedió por él.
—Benavides, tengo que pedirte un favor-
dijo a su esposo, llamándolo por el apellido.
—A una buena moza no se le niega nada. Pero depende de lo que sea...
—El favor se hace sin condiciones o no es favor.
—Bueno, concedido.
—Pues debo decirte que Sarmiento se halla en esta casa y quiero que lo hagas salir y llegar a
salvo a Chile.
—¿En mi propia casa?
—Si Benavides, acá está.
El 18 de noviembre Sarmiento partió de San Juan, acompañado por Clemente, su padre, en mulas
proporcionadas y aperadas por el propio Benavides, rumbo a Chile.
Al pasar por los baños de Zonda escribió su célebre frase
“ont no tue point les idées”
, repitiendo
la sentencia de Fortoul.
Poco antes de morir, el 22 de junio de 1888, Sarmiento le escribió una carta a su amigo don
Ignacio S. Flores y en ella hace justicia a su viejo enemigo:
“En la casa de Benavides, su señora viuda pondrá el retrato más grande que tenga del general
Benavides, a quien debe San Juan, por su moderación, que no se derramase sangre en su gobierno”.
Ya desde su exilio en Chile, el gran maestro había escrito:
“Benavides es un hombre frio; a eso
debe San Juan haber sido menos ajado que los otros pueblos. Tiene un excelente corazón, es tolerante,
la envidia hace poca mella en su espíritu, es paciente y tenaz”.
Salvador María del Carril, antiguo cabecilla unitario, no esperó la muerte del jefe federal para
escribirle en 1852 una carta muy elogiosa en la que concluía diciendo,
“usted en aquella época infaus-
ta, estancó la sangre que había corrido a torrentes y dio asilo generoso a los oprimidos sin amparo”.
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1860
El asesinato de Virasoro
NUNCA SE HABIA
LLEGADO TAN LEJOS