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taban una intervención armada. ¿Y la palabra de ustedes tan repetida, de que sólo los acompañaría una
pequeña escolta?
¿Qué debemos pensar de la noticia de que el señor Saa ha llamado fuerzas de la provincia de San
Luis y que en Mendoza se alistan otras para venir con ellas a San Juan?
¿De qué proviene este cambio tan súbito? ¿Cómo lo han consentido ustedes? Y ahora... ¿qué
piensan hacer con nosotros? ¿Nos llevarán presos a Paraná? ¿Nos enjuiciarán aquí?”
Las cartas ya estaban echadas. Ya no valían las palabras.
Había que prepararse para la guerra.
El 29 de diciembre el gobernador interino Francisco Coll entregó el mando al gobernador electo,
Antonino Aberastain.
Para los sanjuaninos ya no se trataba de una lucha entre unitarios y federales.
Lo que estaba en juego era la autonomía de la provincia.
Y todos se alinearon detrás del gobernador para resistir la intervención nacional.
A fines de diciembre, el presidente de la Confederación, Santiago Derqui, le escribió a Saa:
“Por la nota muy insolente de Coll y por la de Aberastain publicada aquí, se ve que están resuel-
tos a resistir toda intervención nacional y que tendrá usted que ejercerla con la espada en la mano. Los
medios de resistencia que le harán será la fuerza si se creen con la suficiente o la astucia para ador-
mecer a usted y esperar del tiempo.
exclusiva de la provincia... y quiere apartar todo obstáculo para que V.E. se entere con verdad de todo.
Pero le interpela respetuosamente para que deje incólume la parte de soberanía que la provincia no ha
delegado a las autoridades nacionales porque así es conforme el artículo 104 de la Constitución
Nacional”.
El 11 de diciembre, en una nueva nota dirigida a Saa, Coll decía:
“El infrascripto cree interpretar sus sentimientos suplicando a V.E. excuse en lo que sea conci-
liable con la dignidad de su rango, la ostentación de fuerzas militares que podrían prestarse a inter-
pretaciones siniestras y que serán de todo punto de vista innecesarias desde que el pueblo está dispuesto
a seguir respetuosamente la senda de la ley, en que espera entrará V.E. misma”.
El 16 de diciembre Saa llegó a Mendoza, paso intermedio para viajar luego a San Juan. Y tal como
había prometido, lo acompañaba una pequeña escolta.
Allí se encontró con el gobernador Laureano Nazar, su pariente y amigo íntimo.
Y acá comienza a cambiar la historia. Porque Nazar odiaba a los sanjuaninos. Los consideraba
unos anarquistas, siempre solidarios con los liberales mendocinos.
Coll pensó que las cosas se podían complicar en Mendoza pues desconfiaba de Nazar.
Hombre precavido, envió una comisión a esa provincia integrada por el presidente de la Cámara,
Ruperto Godoy, que la presidiría, el ex juez Santiago Cortínez y el inspector de Minas Augusto Bravard.
La comisión quería ultimar los detalles del viaje de Saa. Llegó a Mendoza el 16 de diciembre.
Y acá comienza a oscurecerse el cielo.
Porque pasó una semana y Saa no recibió a los comisionados.
Estos, enojados, abandonaron la ciudad sin despedirse.
Sólo dejaron una nota dirigida a Saa:
“No hemos sido constituidos a las órdenes de V.E. como dependientes suyos o a su servicio”,
afir-
maron y expusieron los reparos del gobierno sanjuanino a la movilización de fuerzas sobre la provincia.
Saa se indignó y los hizo detener el día 27, cuando ya estaban a la altura de Jocolí.
A todo esto,
Aberastain siempre fogoso, escribía a los comisionados, al coronel Paunero y hasta
a Lafuente, en tono poco conciliador. A este le decía:
“¡Al fin nos entregaron ustedes a Nazar! ¡A los odios de la mazorca! Es cierto que ustedes inten-
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Juan Saa
Tenía 43 años y era miembro de una familia tra-
dicional de San Luis. Gobernador de su provincia
desde el 29 de febrero de 1860, se perfilaba como uno
de los jefes federales de mayor gravitación y porvenir
cuando se produjeron los hechos de San Juan.
El apellido Saa, desde aquellos años es en San
Luis sinónimo de lo más caracterizado de la provincia.
Antonino Aberastain
Tenía 50 años. Se recibió de abogado
en la Universidad de Buenos Aires. Caso
poco usual para la época, hablaba siete idio-
mas. Vuelto a San Juan ocupó un cargo de
juez de alzada.
Emigró luego a Salta, donde fue minis-
tro. En Chile fue minero durante doce años.
El gobierno de Urquiza le ofreció el
cargo de ministro de la Suprema Corte de
Justicia de la
Nación pero
Aberastain no
aceptó. Poco antes había renunciado como
diputado ante el
Congreso
Nacional de
Tucumán.
Hombre alto, robusto, fogoso, ardiente
defensor de sus ideales, gran amigo de
Sarmiento, Aberastain era un apasionado al
que no debe analizarselo por su actuación
política o por el desempeño de cargos. Para
la historia, es un símbolo por su sacrificio en
Pocito.
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