Episodios de leyenda
Mucho se ha escrito sobre la batalla de Angaco considerada por el general Paz como
“un
suceso extraordinario... acción gloriosa, que hace el más alto honor al valor, al patriotismo y
la abnegación de los que en ella se encontraron”
Muchas son las anécdotas de la batalla.
Se habla, por ejemplo, del oficial unitario Trifón Mugica que no sólo desobedeció la
orden de sus superiores de no atravesar la zanja sino que mandó cargar a los efectivos a su
mando, pereciendo todos ahí mismo.
Más dramático aun es el hecho protagonizado por el mayor Melchor Aldao, sobrino del
general. Su tropa había quedado destrozada pero él quería seguir peleando. Clavó espuelas a su
caballo y saltó la zanja, cayendo detrás de la línea unitaria. Alguien gritó:
—¡No maten a ese valiente!
Era tarde, ya jinete y caballo estaban ensartados por las bayonetas enemigas.
No sólo peleaban los ejércitos. También los oficiales se desafiaban en duelos personales.
Un relato habla de un unitario y un federal que se miraron, se insultaron y se retaron a
un duelo personal.
Ambos tomaron un fusil y dispararon. Los dos quedaron muertos en el acto.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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La guerra no sólo se gana con las armas...
Benavides marchó hacia el sur y estableció su cuartel general en la propiedad El Buen Retiro, ubi-
cada en lo que luego fue la casona de los Krause, en el actual departamento Rawson.
En el trayecto se encontró con un refuerzo que venía de Mendoza, al
mando del coronel José
Santos Ramírez, con 300 efectivos distribuidos en batallones de Caballería, Artillería e Infantería.
A todo esto el general Acha enterraba sus muertos, atendía sus heridos y hacía noche en Angaco.
El día 17 volvió a entrar a San Juan.
Ya Benavides se había alejado hacia el sur.
Acha llegaba con sólo 200 hombres y 250 prisioneros.
“Entró el bravo Acha montado en un caballo blanco, dando ordenes y moviendose de un lugar a
otro, con un aspecto imponente de héroe de leyenda. Enseguida lo rodearon varios vecinos unitarios con
los que había tomado contacto a su arribo a San Juan.
Volvió a instalar su cuartel en la Chacarilla, en Trinidad.
En las casas instaló su estado mayor y en un altillo un mirador para vigilar cualquier movimien-
to.
La caballería quedó ubicada en el potrero grande y la infantería en el chico. En la ciudad quedó
una guardia de 25 soldados, ubicada en el antiguo Cabildo, frente a la plaza Mayor (hoy plaza 25 de
Mayo). Dejó además custodias en la cárcel, el hospital y la policía.
Las noticias circulaban mucho más lento en aquellos tiempos.
Acha no sabía que Benavides había instalado su cuartel a cinco kilómetros de distancia.
Tampoco tenía noticias sobre el grueso del ejército unitario al mando de Lamadrid, al que pensa-
ba esperar en San Juan.
Esa misma tarde convocó al pueblo a una reunión para elección de gobernador y representantes a
efectuarse en los Altos de Cortinez, una vivienda de dos plantas ubicada sobre lo que hoy es calle Mitre,
frente a la plaza.
El día 18, don Vicente Lima ofreció un banquete al general y sus oficiales en su casa.
En la Chacarilla, a todo esto, se carneaba una hacienda gorda para que comiera la tropa.
A las 3 de la tarde terminó el acto eleccionario y los unitarios se sentaron a comer pensando en
regresar al cuartel al caer la noche.
La batalla de la Chacarilla
El clima de San Juan siempre fue el mismo.
El aire caliente del viento zonda que se insinuaba desde la mañana, a las 3 de la tarde se había
transformado en un vendaval que subió la temperatura a más de 30 grados.
Habían servido la comida cuando un muchacho trajo la noticia desde Pocito.
—Entre la polvadera del viento, he divisado una nube de tierra. Son tropas que vienen a la ciu-
dad...
Nadie le creyó.
Todos siguieron comiendo y bebiendo, estirando la permanencia en el interior de la vivienda para
no enfrentar el ventarrón.
Pero el chico tenía razón.
Benavides había llegado a la Chacarilla sin ser visto ni oido, al amparo del ruido que provocaba
el fuerte viento que corría en sentido contrario y la tierra que todo lo cubría.
Los unitarios ni siquiera tuvieron tiempo de sacar sus armas.
Los prisioneros, que eran más que los custodios, advirtieron rápidamente lo que estaba ocurrien-
do y se sublevaron.
¡Otra vez la batalla!
¡Otra vez la lucha cuerpo a cuerpo!
¡Otra vez la carnicería humana, con cuerpos ensartados por las bayonetas.
En el otro potrero la acción fue similar.
Nada pudo hacer la caballería para acudir en defensa de la infantería unitaria.
Los tiros se escucharon en la ciudad.
Y esta vez, sí, Acha dio crédito a lo que estaba ocurriendo.
Y a galope tendido llegó con sus oficiales a la Chacarilla.
El panorama era desolador.
El general unitario sabía que ahora sólo le quedaba una carta por jugar.
Debía volver a la ciudad
y hacerse fuerte.
Sólo le quedaban 60 infantes y 40 soldados de caballería descabalgados. Era todo lo que había
quedado de su ejército..
Al cruzar el puente del Tapón, en Trinidad, los esperaba una descarga de fusilería Allí murieron
otros 28 soldados unitarios, junto al valeroso jefe Lorenzo Alvarez.
Acha estaba herido en la cabeza pero siguió su marcha hacia la ciudad.
Llegó a las 8 de la noche, ya oscuro, con la cabeza vendada y la ropa ensangrentada.
Allí se enteraría que las guardias que había dejado, habían intentado llegar a la Chacarilla y fue-
ron desehechas por un tarro de metralla.