Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Benavides apuraba el asalto, sintiendo ya el estampido de un cañón que indicaba el arribo de
Lamadrid al Valle de Tulúm.
No había otra alternativa que bombardear la torre, ya deteriorada.
Puso el cañón en la plaza y apuntó.
Fue entonces cuando Mariano Acha enarboló una bandera blanca de parlamento.
Eran las 10 de la mañana.
El coronel José Santos Ramirez fue enviado por el jefe federal a la torre.
—General, lo intimo a rendirse y entregar su espada, única forma de garantizar la vida de todos
ustedes.
—Vuelva usted donde está su superior y dígale de mi parte que si Mariano Acha ha sido vencido,
en la derrota no ha perdido ni su rango ni su dignidad.
Benavides entendió el mensaje y personalmente subió uno por uno los peldaños de la torre y rei-
teró el ofrecimiento.
Ante el jefe enemigo, Acha se rinde, saca del cinto su espada y el puñal y lo entrega al vencedor.
Benavides toma la espada y devuelve el puñal al jefe unitario. Luego lo conduce a su domicilio,
dándoselo por cárcel.
Lamadrid llega a San Juan
¡Cómo entender al general Gregorio Aráoz de Lamadrid!
Desde el día 19 él sabía de la crítica situación del general Acha.
Ese día estaba en Caucete.
Dicen que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta.
Lamadrid optó por dar un largo rodeo, sortear el Pie de Palo por su costado este, doblar luego
hacia el oeste y llegar a Punta del
Monte.
Siguió luego su camino pero en Angaco detuvo su marcha y en una casa se ordenó desensillar para
que la tropa comiera zapallos, gallinas, tres vacas y algunas ovejas,
mientras los caballos pastaban.
¡Y el pobre Acha, con su catalejo mirando hacia el norte!
Siempre estuvieron enfrentados estos dos jefes unitarios.
Llama la atención, sin embargo, que Lamadrid no apurara su marcha sabiendo que entre los sitia-
dos estaba su hijo Ciríaco.
Recién el 24 de agosto entró a San Juan el general unitario.
Ya Benavides había dejado San Juan con su tropa y sus prisioneros para “evitar una batalla cam-
pal que por varios motivos sería peligrosa”.
En San Juan sólo quedaban los heridos. Los unitarios fueron sacados en sillas y catres a las puer-
tas de las casas donde se hospedaban para que pudieran vivar a sus compañeros que llegaban.
Tres días estuvo en San Juan Lamadrid.
Suficientes para dejar un triste recuerdo.
En esos tres días —desde el 24 al 27 de agosto— estableció su cuartel en Pocito y se dedicó a a
requisar cuanto caballo,
mula, vaca, oveja o buey estuviera a su alcance.
La exigencia siguiente fue una
“contribución forzosa”
para las tropas unitarias. Fueron muchos
los miles de pesos moneda de plata que se llevó.
Antes de partir, designó gobernador delegado al coronel Anacleto Burgoa, un hombre al que
Damián Hudson, elegido por este como su ministro, describe como
“ambicioso de mando, sin educa-
ción, sin los más pequeños rudimentales conocimientos para sentarse en la silla del poder, sin opinión
ni círculo el menor”.
Y como si esto fuera poco, Lamadrid decidió llevar como prisioneros con el fin de canjearlos por
Acha, su hijos Ciriaco y los otros jefes detenidos, a la esposa de Benavides, sus hijos y su suegra.
Era hombre de una raza distinta, sin duda.
Asesinato de Acha
Relatar lo que ocurrió en Mendoza sería internarnos ya en una continuidad de la historia nacional.
No es la intención de estos artículos.
Digamos, sí, que Lamadrid invadió la vecina provincia a la que gobernó despóticamente hasta la
batalla de Rodeo del
Medio, librada el 24 de setiembre, en la que fue derrotado por el ejército federal, a
las órdenes de Aldao y actuando Benavides como segundo jefe, debiendo huir a Chile.
Tampoco Aldao tuvo con Acha las consideraciones que le dispensó Benavides.
El 15 de setiembre de 1841, un mes después de rendido Mariano Acha y poco antes de la batalla,
fue asesinado por orden de Aldao el general unitario.
Una pequeña escolta, a cargo del teniente Marín, lo conducía a Buenos Aires. Tras cruzar el
Desguadero llegaron a la llamada Posta de la Cabra.
Acha viajaba con los pies engrillado,
montado como mujer y envuelto en un poncho de vicuña.
Allí se lo hizo descender y bajo la sombra de un frondoso árbol, escuchó al teniente decirle:
—Tengo orden, general, de ejecutarlo.
Lo hicieron poner de rodillas y lo fusilaron por la espalda.
A continuación cortaron la cabeza del bravo jefe unitario y la colocaron en la punta de un palo
muy alto.
Epílogo
Juan Manuel de Rosas, en Buenos Aires, festejaba el triunfo del ejército federal en Cuyo.
José Felix Aldao, estaba nuevamente al frente del gobierno de Mendoza.
El 17 de octubre,
Nazario Benavides hizo su entrada en San Juan, acompañado por su familia y
efectivos a su mando.
Un relato del mismo Hudson dice:
“Anunciada desde tres días antes, la entrada del general Benavides, acompañado de su señora,
que llevó prisionera el general Lamadrid a su paso por San Juan, los preparativos para esa ovación
hecha por el pueblo de San Juan, comenzaron con actividad y ornamentaciones en los frentes de las
casas, de banderas y ricos tapices de seda tendidos, arcos triunfales en la larga calle de entrada y en la
del general triunfador. En efecto, la multitud entusiasmada por su jefe de partido inmediato, llenaba el
ámbito de la plaza principal, victoréandole, cuando llegó a ésta. La guarnición de la provincia estaba
allí en línea. La señora y la suegra del general eran conducidas en un coche abierto, tirado por los más
adictos federales, empleando cuerdas forradas en cintas coloradas. Esperábalos en el atrio de la
Catedral el clero, presidido por el obispo y muchas señoras y hombres”.
El 1 de octubre, la Sala de Representantes había designado al gobernador, brigadier general de la
provincia.