¡Como no iba a tenerlo este nuevo asesinato¡.
Más aún siendo Domingo Faustino Sarmiento —hombre del mismo partido y amigo personal—
el presidente de la Nación.
Pero en este caso había algo extraño.
No aparecían claros los móviles políticos.
—Después de los asesinatos de Benavides y Virasoro, ningún político va a ser tan loco como para
ordenar esta muerte-
, se argumentó.
En San Juan, el clima era de tranquilidad, aunque el gobernador había tenido un fuerte encontro-
nazo con el presidente Sarmiento a raíz que la provincia reclamó el pago de 500 mil pesos a la Nación
por deudas contraidas durante la guerra de la independencia.
—La República Argentina no debe sino lo que una ley haya declarado. Para reconocer a San Juan
su pobre medio millón, por equipar con Buenos Aires,
Mendoza y San Luis al Ejército de Los Andes,
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
118
119
La ciudad
San Juan tenía en aquellos años 60 mil habitantes de los cuales 8.353 vivían en la
ciudad, 4.246 en Desamparados, 6.345 en Concepción, 3.512 en Trinidad y 3.955 en
Pocito, que incluía lo que hoy es Rawson. Jáchal era el pueblo más importante, con
12.054 habitantes.
La economía prácticamente era de subsistencia pues aún no llegaba el ferrocarril
y la consiguiente integración con los grandes mercados. El cultivo de la tierra, una viti-
vinicultura venida a menos como consecuencia de políticas nacionales que habían per-
mitido la importación de vinos y una minería incipiente, eran los puntos salientes.
La ciudad comenzaba a mostrar algunos signos de adelanto.
Por ejemplo, se había extendido hacia el este la calle Ancha del Norte, que luego
se llamaría Roque Sáenz Peña (prolongación de 25 de Mayo) y la calle La Legua con lo
que se ampliaba hacia Santa Lucía la estrecha cuadrícula heredada de la colonia y se
había celebrado un contrato para instalar 300 picos de gas de carburo que proporcionarí-
an alumbrado público. El gasómetro central y las cañerías de distribución fue sin embar-
go una empresa demasiado grande para la época y no se concretó,
También se firmó un contrato para traer agua desde Zonda por medio de una cañe-
ría subterránea, que sería utilizada en la fuente de la plaza y cuatro surtidores que se ins-
talarían en cada esquina y en la Casa de Baños y el mercado público que funcionarían en
el costado sur del cuartel de San Clemente, que ocupaba la manzana de Santa Fe,
Tucumán, Córdoba y General Acha, llamada entonces calle del Cabildo.
La Casa de Gobierno, ubicada en la calle General Acha, frente a la Plaza Mayor,
aunque a ritmo muy lento, seguía con su construcción.
sería preciso echarse unos 20 o 30 millones de las otras provincias
y otros tantos de Buenos Aires. Hace años que se resiste el pago de
las deudas del gobierno de Rosas y Dios saben si escaparemos—
,
fue la contundente respuesta de Sarmiento a Videla en una carta en
la que hasta se olvidó de despedirse, tanta era la bronca ante el
reclamo.
¿Quién mató a Videla?
¿Porqué lo mataron?
Las preguntas se instalaron pronto en los sanjuaninos.
“Aldea chica, infierno grande”, nunca más apropiado el pro-
verbio.
Don Valentín era uno de los hombres más ricos de San Juan.
Gran parte de su fortuna la heredó.
Y otra parte la hizo con
su profesión de abogado y sus negocios.
Los rumores que circularon en los días siguientes sobre los
presuntos autores del crimen fueron de lo más variado.
Unos creyeron ver móviles políticos y apuntaron sus dedos acusadores contra el ex gobernador
Manuel José Zavalla o el ex gobernador Manuel José Gómez.
Zavalla había sido expulsado del gobierno y de la presidencia del Club del Pueblo y era hombre
que mantenía relaciones muy cordiales con Santos Guayama, foragido que en aquellos años asolaba la
ciudad y la zona rural.
Pero la pista política no conducía a ningún lado y se basaba en suposiciones.
Había otra hipótesis que la aldea repetía con indisimulado regocijo.
—Esto es cuestión de faldas.
Don Valentín Videla tenía 53 años.
Había nacido el 9 de diciembre de 1818.
A los 25 años se casó con su prima segunda, Jesús
Maradona, hija de
monseñor Timoteo
Maradona y de su esposa, doña Antonia Videla.
Su suegro,
Maradona, había sido varias veces gobernador de San Juan. Hasta que un día enviudó
y se hizo sacerdote.
Descendiente de uno de los fundadores de San Juan, don Alonso de Videla, Valentín ejerció la pro-
fesión de abogado en virtud de una licenciatura otorgada por su práctica forense.
Pero en realidad la política era lo que más le interesaba y estaba ubicado en el sector beato deno-
minado
pelucón
, evolucionando al federalismo, opuesto al sector
marrano
, que incluyó a los futuros uni-
tarios y sus sucesores liberales.
Pero no sólo en la política, los negocios y la abogacía consumía su tiempo don Velentín.
Tenía fama de ser muy galante con las mujeres.
Y cuando al dinero se suma el poder y cierta capacidad de seducción, todo junto transforman el
depositario de tantos bienes en un hombre al que las mujeres miran con indisimulada atracción, cual-
quiera sea su edad.
El caso es que la cuestión de faldas estaba presente en la aldea.
—En esto algo ha tenido que ver el chileno García Aguilera-
, pronto se afirmó.
—¿Don Vicente?
—Sí, don Vicente, el vicerrector del Colegio Nacional.
Vicente García Aguilera era un docente chileno que se arraigó en San Juan, donde se casó con
Magdalena Videla, hija de don Ignacio Videla Lima y doña Jacinta Videla, vinculados con la alta socie-
dad de aquellos años.
Monseñor Timoteo Maradona