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Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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El principal protagonista
Valentín Videla, a los 53 años, no era un simple gobernador.
Era un político de larga trayectoria emparentado con las familias más prominentes
social, política y económicamente en aquella época.
Estaba considerado uno de los hombres más ricos de la ciudad.
Pero su gran pasión era la política.
Y en ese terreno, había ganado tanto amigos como
enemigos.
Su trayectoria había sido realmente larga.
Acompañó a Francisco T. Coll en su interinato en 1860 para detener la reacción del
gobierno nacional de Paraná.
En 1861 fue ministro de Antonino Aberastain, y protagonista de los sucesos que cul-
minaron con la muerte del mártir de la Rinconada.
Aunque apoyó totalmente al prócer, don
Valentín prefirió quedarse en su oficina, en lugar de sumarse a los defensores de la autonomía
provincial y quizás por ello salvó su vida.
Después de este hecho, la vida pública de Videla se eclipsó un tiempo pero con el regre-
so a la provincia de Domingo Faustino Sarmiento, adquirió nuevo protagonismo.
En 1862, Ruperto Godoy fue designado gobernador interino y nombró ministro a
Videla.
Un año Después Sarmiento lo designó su ministro.
En 1869, durante un nuevo interinato de Ruperto Godoy —este Godoy debe haber sido
un hombre de reserva en la provincia pues cada vez que renunciaba o moría un gobernador lo
designaban a él interinamente—, Videla ocupó el ministerio.
Videla aprovechó su ministerio para hacerse elegir senador el 9 de febrero de 1869.
Dos años más tarde, don Valentín renunció a su banca por haber sido designado gober-
nador interino el 17 de mayo de 1871 y confirmado como gobernador el 2 de julio siguiente.
Valentín
Videla
Un crimen pasional
—¡Han matado al gobernador¡ ¡Han matado a Valentín Videla!
En la calurosa mañana del 13 de diciembre de 1872, la noticia corrió como reguero de pólvora.
Los primeros en llegar al lugar pudieron ver el cuerpo, tirado sobre la vereda y apoyado en la
pared, casi en la esquina de las calles Ecuador (hoy Sarmiento) y Laprida.
No pudieron menos de horrorizarse.
—¡Le han destrozado la cabeza!
Efectivamente, la cabeza del
mandatario estaba deshecha a golpes, efectuados sin duda por un
objeto muy contudente.
Y para que la escena fuera aún más macabra, los asesinos habían dejado parte de la masa encefá-
lica en el interior de la galera del mandatario, la que colocaron al lado del cadáver.
Los legisladores fueron convocados de inmediato.
Esa misma mañana del 13 se reunió la Legislatura y repudió el hecho.
Se dispuso el traslado de los restos a la Casa de Gobierno, para que se velasen durante toda la
noche por una guardia de gran parada y que el entierro se realizara el día siguiente a las 8 de la maña-
na.
El paso siguiente fue analizar la situación provincial.
San Juan había quedado sin gobernador.
Tras un corto debate se nombró gobernador interino al jefe de Policía y amigo personal de Videla,
don Benjamín Bates. Qué mejor que el jefe de Policía para investigar un caso que se presentaba difícil.
El muerto no era cualquier persona.
Era el gobernador de la provincia.
Pero además, un político de larga trayectoria.
Las reacciones por la muerte de Videla fueron inmediatas.
No era para menos.
Una maldición parecía haberse adueñado de San Juan:
todos los gobernadores morían trágica-
mente.
Benavides, asesinado en su celda. Virasoro, asesinado en su casa. Aberastaín brutalmente muerto
en La Rinconada.
Y ahora Videla.
En Buenos Aires, nadie quería oir hablar de San Juan.
Cada problema que se suscitaba en la provincia tenía gran repercusión en la política nacional.
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