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Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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El cura salteño
El 15 de noviembre de 1866, el presbítero Emilio Castro Boedo envió una carta al general Justo
José de Urquiza, en la que le explicaba la conspiración contra el gobierno de Camilo Rojo. De la lectu-
ra de párrafos de esta carta, enviada desde Chile, puede tenerse una idea del pensamiento del grupo fede-
ral.
Chile, Vallenar, noviembre 15 de 1866.
Exmo. señor capitán general D. Justo José de Urquiza.
Muy ilustre y mi querido capitán general:
Esperando remitirle algo de importancia he retardado mi comunicación.
Convencido de que V.E. es el alma de cuantos sacrificios y esfuerzos de patriotismo podemos
hacer en favor de la reacción del Partido Federal,
me dirijo a V.E. con toda la franqueza de un espon-
táneo y leal partidario del gran caudillo americano y con toda la sinceridad de un federal puro (...)
Desde que partí del Rosario, en cada uno de los puntos útiles o interesados en esa línea hasta
Mendoza, dejé bien preparado el asunto de sus preocupaciones y pasé a San Juan después de arreglar
allí un buen círculo de acción (...)
Sólo en San Juan me fue mal. A mi llegada encontré vulgarizada la misión de la Ronda y más vul-
garizado el secreto de mi viaje a Entre Ríos. Los autores de esa divulgación han sido Diaz, Flores,
Benavides
(hermano del ex gobernador Nazario)
y quizás algún otro de los que escribieron a V.E.
Eso no era todo.
Al entrar en arreglo de mi viaje con mis configurados amigos y partidarios, a Diaz lo encuentro
borracho; a Flores, que tenía miedo; a Leguizamón, que habían variado las circunstancias.
Y por fin se evaporaron los 150 mil pesos que me ofreció Flores y los 50 mil que ofreció
Leguizamón y los 2 mil operarios que recibió Diaz.
Más aún, los llamo a comparendo para arreglar un círculo centro:
Diaz (embriagado),
Leguizamón, Zelada y Burgoa, aparecieron. Comenzando por Leguizamón, dijeron “yo no entro”, siguió
Flores, siguió Diaz y tras él otros que pudieron servir de algo.
Antes de ocho días quedaron en nada todos los ofrecimientos de esos miserables. Lleno de ver-
güenza escribo esta al ver tan seriamente desmentida la reivindicación que tuve la generosidad de hacer
ante V.E. de cada uno de esos nulos cobardes, cuerpeadores, cosecheros de brevas maduras.
La carta abunda en detalles sobre como se frustó el movimiento contra Rojo y luego agrega:
“Mucho siento no haber pedido a V.E. unos 10 mil pesos, a lo menos con esto habría ahorrado
10 mil intrigas, falsías y nulidades que en cambio de plata y de patriotismo he recibido de mis amigos
que se llamaban, de esos que dicen a V.E. “soy más capáz de obrar que de hablar”.
Aún es tiempo de hacer todo y si V.E.. tuviese a bien mezquinar algunos miles que gasta en
prensa traidora y en traidores argentillos y remitirlos a San Juan a mi sobrino, don Agustín Correa,
interventor de la Administración de Correos, en la misma, llegarían muy a tiempo y con sólo esos 10
mil haré lo que no se ha hecho hasta hoy en San Juan y demás vecindades, desde que V.E. entró en
Caseros.
Los sufrimientos en Jáchal
El 20 de abril de 1868, el subdelegado de Jáchal, José María Suárez, elevó al gobierno provincial un
informe sobre la postración económica en la que había quedado el departamento tras la invasión de la monto-
nera conducida por Felipe Varela.
“Jáchal, abril 20 de 1868.
A sus señorías, los señores ministros del gobierno.
Contestando la nota de sus señorías fecha 12 de marzo, para hacer conocer el movimiento de la admi-
nistración pública de esta repartición en el año 1867, que S.E. el señor gobernador desea conocer, y de las
mejoras que pudieran introducirse para conseguir el desarrollo de los beneficios de este departamento, le es
sensible al que suscribe le haya cabido esta dolorosa tarea que sin embargo va a esforzarse en satisfacer. pre-
sentando el departamento cómo era antes de diciembre del año 66, que se apoderó de él la rebelión de Felipe
Varela, y cómo se encuentra hoy a consecuencia de ese desastre.
La población urbana contaba con dos docenas de casas de comercio, entre estas algunas con diez y
quince mil pesos de giro que fueron robados. Han desaparecido, quedando tres o cuatro muy insignificantes.
Dos escuelas de educación primaria, una de varones y otra de niñas, concurrida la primera por más
de 200 niños y la segunda por cerca de 100, hoy están reducidas, la primera a 30 o 40 niños y la segunda a
20 o 30 niñas y sus preceptores están impagos desde hace cuatro meses.
Los distritos rurales: afincados que no llenaban el pedido de pastos que exigían las invernadas de
ganado destinadas al comercio con Chile, se encuentran casi en abandono y no hay un solo especulador de
ganado. En cuenta a los agricultores, las pocas sementeras que se hicieron en el 66, muchas de ellas y las del
67 que fueron muy pocas, se encuentran aun sin trillar, estorbados por el estado de alarma y aun guerra con-
tinua con las montoneras.
En lo general: la riqueza de este departamento, que consistía principalmente en ganados, cabalgares,
pastos y agricultura, ha sido destruida. De modo que el impuesto de contribución directa del 67 aun no puede
cobrarse y hacerse efectivo, en consideración con los contribuyentes...
Si a todo esto se agregan la suma escasez de agua que se siente por haber minorado el río y de peo-
nes que se han ausentado por no servir con las armas, se comprenderá mejor el infeliz estado en que se
encuentra este departamento.
Ha sido necesario reconstruirlo todo, al mismo tiempo que vencer las causas que habían obrado la
destrucción, sin contar para esto ni aun con el espíritu y voluntad de lo mejor del vecindario, que habían que-
dado anonadados con él pero de tantos males, agregando el profundo hábito de los gauchos en el crimen de
abigeato.
Trabajos de beneficios público como el de levantar un templo nuevo y edificar una casa para las
escuelas de esta villa, han quedado paralizados y grandes acopios de materiales que a estos objetos se habí-
an preparado, sufrieron menoscabo.
Y será sobre esto y proteger con especialidad las escuelas que el Supremo Gobierno deberá hacer lo
posible, en sentir del que suscribe que está íntimamente convencido que es la ignorancia del pueblo la prin-
cipal y tal vez la única razón de los males que lamentamos, a la que hay que combatir con el pueblo mismo
que tiene la bárbara voluntad de oponerse a su desarrollo y progreso.”
Firma: José Ma. Suárez
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