tre la historia provincial: la invasión a La Rioja.
Era ministro de Yanzón, José Victoriano Ortega, considerado un hombre juicioso.
Pero eran más grandes ambiciones del gobernador que los llamados a la prudencia.
En el mayor de los sigilos, Yanzón comenzó a preparar un Ejército.
Quinientos hombres fueron adiestrados.
Paralelamente, comenzó a mantener comunicación con adversarios de Brizuela y Villafañe.
El más importante, Angel Vicente Peñaloza, el
“Chacho”.
Otros riojanos descontentos, Hipólito Tello y Lucas Llanos, le dieron a entender que se plegarían
al movimiento.
Pero los secretos duran poco en San Juan, está visto.
Pronto, Juan Manuel de Rosas en Buenos Aires y el gobernador de Mendoza Pedro Molina, esta-
ban al tanto de las intenciones de Yanzón.
—¿Qué va a hacer este loco?—,
se preguntaron.
Mediante una nota, Rosas le expresó al gobernador sanjuanino sus preocupaciones
“ante las noti-
cias de una inminente invasión de ese gobierno a La Rioja”,
recordándole el tratado de alianza y asis-
tencia recíproca que unía a las provincias argentinas.
El gobernador de Mendoza, Pedro Molina le escribió al de San Luis, el coronel José Gregorio
Calderón:
“Si Yanzón triunfa sobre La Rioja esté usted seguro que invade nuestras provincias y para no
exponernos a algún contraste, con tiempo debemos combinar el plan. Yo escribo al general Rosas
pidiendo armas y municiones y que me mande a Nazario Benavides”.
A todo esto, los gobernantes sanjuaninos seguían disimulando.
—No se intentará acción alguna en violación a las garantías que recíprocamente han acordado
las provincias confederadas—
, aseguró el ministro Ortega.
En realidad, ya Yanzón marchaba a La Rioja.
Había seleccionado a 200 de sus soldados, los pertrechó bien, se puso al frente de la columna y
partió.
—Va ser un juego de niños tomar la provincia cuando caigamos de sorpresa—,
habrá pensado.
Pero la sorpresa se la llevó él.
La Rioja no estaba desprevenida sino bien alertada y muy bien defendida. Sus tropas de caballe-
ría, artillería e infantería estaban esperando con el cañón bala en boca.
Como siempre sucede en San Juan, al lado de cada sanjuanino ambicioso hay que ponerle otro
sanjuanino celoso para que lo traicione.
Y desde San Juan los enemigos de Yanzón habían informado
hasta sobre los más pequeños detalles del proyecto.
El choque se produjo en la localidad de Pango, en la madrugada del 5 de enero de 1.836.
Fue un desastre completo para los intrusos invasores.
En pocas horas, todo había terminado.
Varios soldados sanjuaninos fueron muertos.
Y los que quedaron se desbandaron en distintas direcciones.
El primero en hacerlo fue el propio Yanzón que a galope tendido huyó hacia Jáchal. Desde allí se
internó en la cordillera y pasó a Chile.
Tanto fue su escarmiento que nunca volvió a San Juan.
La única noticia que se tuvo de él fue en 1842 cuando se dijo que había muerto asesinado en
acción de guerra en Santa María, Catamarca.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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La Rioja invade San Juan
Pero la historia no terminó allí.
Rosas estaba indignado. Otro tanto ocurría con el gobernador mendocino Pedro Molina.
Pero los que realmente estaban ofendidos eran los riojanos.
El gobernador Villafañe, al que Yanzón consideraba un
“imbecil de pocas luces”,
llamó al coman-
dante Brizuela. Y pronto se pusieron de acuerdo.
—Hay que darles un escarmiento a los sanjuaninos. Vamos a invadir la provincia.
El general Tomas Brizuela se puso al frente de 700 hombres y, acompañado por el ministro
Rincón, se vino.
En San Juan, a todo esto, las noticias habían llegado antes que los riojanos y la preocupación era
generalizada.
Como ocurre normalmente, los más poderosos o ricos se pusieron a salvo: huyeron a Mendoza.
Los primeros en hacerlo fueron los ex adictos a Yanzón.
El ministro Ortega, que estaba a cargo del gobierno, cuando se enteró del desastre el 8 de enero a
primera hora de la mañana y sin tener noticias del paradero de Yanzón, llamó al juez de Alzadas, don
Timoteo Maradona.
—Hágase cargo del gobierno porque yo me voy..
Y desapareció de la ciudad.
Maradona hizo lo único que podía hacer: convocó a la ciudadanía a una reunión urgente en la Sala
de Representantes.
—Los he convocado para que deliberemos sobre este grave problema en el que estamos metidos.
Gran revuelo.
En la reunión estaban todos. Los pocos que habían quedado del bando yanzonista, los federales,
los religiosos y hasta algunos ciudadanos susceptibles de ser considerados independientes.
—¿Qué hacemos si nos invaden los riojanos?-
fue la pregunta generalizada.
—Lo primero
—dijo Maradona—
es solucionar el problema institucional. Tenemos que elegir un
gobernador.
Comenzaron a debatir.
De pronto apareció un nombre: don José Luciano Fernández.
El mayor mérito del hombre era que tenía buenas relaciones con gente de La Rioja.
En forma unánime lo eligieron gobernador interino.
A las 11 de la mañana, estaba jurando el cargo.
En una sola mañana, San Juan había tenido tres gobernadores y uno de ellos,
Maradona, no cum-
plió ningún acto de gobierno, salvo convocar a la reunión.
Sólo restaba esperar.
Y pronto los riojanos estuvieron a la puerta de la ciudad.
Nadie opuso resistencia.
Entraron con sus caballos al galope, levantando polvareda y disparando sus armas.
Los sanjuaninos comenzaron a temblar.
Don José Luciano Fernández salió a recibir al general Brizuela. Este fue muy parco:
—Queremos 35 mil pesos bolivianos, 900 uniformes de tropa, 300 fusiles, 300 sables, 300 bueyes,
500 mulas y mil caballos en concepto de indemnización por haber invadido La Rioja.
—General, lo que usted nos pide es algo imposible para nosotros. Somos un pueblo pobre.
—En ese caso, prepárense porque no va a quedar nada de este pueblo.