La ciudad quedó tranquila haciendo la custodia durante la noche las mismas fuerzas sublevadas,
posesionadas de los cuarteles en ausencia de toda autoridad.
Al día siguiente el sargento Sierra recibía del señor obispo, la suma de dos mil trescientos cator-
ce pesos para pagar la tropa y pagarse a si mismo.
Me consta que no se molestó a ningún ciudadano por el dinero ni se pagó contra los bancos. El
obispo de su propio peculio pagó todo el rescate”.
Se sabe que varios comerciantes entregaron a Sierra, voluntariamente, comida y efectos para el
traslado de la tropa.
Y éste, el 26 de noviembre, emprendió viaje a Chile, seguido por la soldadesca sublevada, per-
diéndose su rastro.
Es un misterio cómo consiguió fray Achával la cantidad que debió entregar a Sierra para salvar a
la población.
Evidentemente el dinero no lo puso de sus propios fondos pues era un franciscano muy pobre.
Es fácil presumir que esa noche el obispo se reunió en secreto con algunas familias pudientes y
obtuvieron el dinero, que tiempo después fue repuesto por el gobierno nacional.
De esta manera salvó la vida el gobernador Doncel que, seguramente, al regresar de su paseo cam-
pestre, debe haber preguntado:
—¿Qué hay de nuevo? ¿Pasó algo ayer?
Juan Carlos Bataller
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José Wenceslado Achával