gobnernador comienza a cubrirse se sangre.
El desconocido toma a Gil de los cabellos y le dispara un tiro de gracia en la nuca. El mandatario
queda inerte.
-Vamos, vamos. Ya están muertos-, se escucha una voz.
Dos minutos más tarde, la casa es un hervidero de gente.
-¡Han matado al gobernador y al coronel Gomez! - dice alguien.
Belisario Albarracín ha llegado corriendo al lugar del crimen.
Doncel y Mallea están heridos pero con vida.
-¿Cómo está doctor? -le preguntan a Doncel.
-Bien, sólo tengo una herida en una mano.
Los gritos de Justina se alzan sobre el resto.
-¡Ayúdenme, por favor, parece que Anacleto aun vive!
A pesar de las heridas recibidas,
Mallea se acerca.
-¡Rápido, llamen a un médico!
-Que alguien vea qué ha pasado con el coronel -grita Doncel.
-Está muerto doctor. Tiene nueve balazos de Smith en la espalda.
La noche cubre San Juan, la siempre violenta, la de las pasiones envenenadas.
A lo lejos se escuchan tiros.
-¡Cagamos, esto es una revolución! -, piensa para sí Carlos Doncel.
Mientras esto sucedía en la calle Mendoza, a pocas cuadras de allí,
medio centenar de sujetos
emponchados, atacaban el cuartel de San Clemente, que ocupaba toda la manzana delimitada por las
calles Tucumám, Santa fe, General Acha y Córdoba.
Durante veinte minutos dispararon contra el cuartel sin dar tregua.
-Resistan, carajo, no dejen de tirar- gritaba el capitán Juan de Dios Olivares.
Olivares había quedado al frente de la resistencia. Su jefe, el mayor Manuel Fernandez Oro, esta-
ba entre los complotados.
-Aquel hijo de puta es Sebastian Elizondo -dijo un soldado.
Olivares lo conocía bien. Elizondo había sido montonero a las órdenes de Felipe Varela y
ahora trabajaba como capataz del diputado Napoleón Burgoa.
-¡Cuando mierda se les terminarán las balas!
A las 10 de la noche, el silencio volvió a cubrir la ciudad.
Los revoltosos habían fracasado en el intento de tomar el cuartel y huían.
Un soldado se acercó a Olivares.
-Hay varios muertos y heridos,
mi capitán.
-¿Hay detenidos?
-Hemos apresado a varios heridos.
Quédese tranquilo que ya van a hablar...
Olivares sabía que hablarían. Y mucho.
-¿Sabe quien estaba entre los atacantes,
mi capitán?
-Dígame.
-José Carrizo.
Olivares sabía bién quién era Carrizo.
Hermano de Santos Guayama, el bandolero muerto
por orden de Agustín Gomez años atrás.
El día después
El día 7 de febrero amaneció un San Juan distinto.
La noticia sobre lo sucedido la noche anterior ya era conocida en cada rincón.
La gente había salido a las calles a informarse.
Aldea chica, cada detalle se relataba una y mil
veces, se agrandaba, se modificaba, se tejían mil versiones.
Monseñor Salvador Isaac Giles, el presidente del Senado, estaba instalado en su oficina. Frente a
él, el capitán Juan de Díos Olivares, rendía su informe.
-¿Tiene una idea clara, capitán, de lo que ocurrió anoche?
-Estamos recien tomando los primeros testimonios. Puedo sí decirle que el coronel Gómez está
muerto.
-Se que el gobernador Gil se debate entre la vida y la muerte.
-Efectívamente,
monseñor. Lo están atendiendo los doctores
Amaro
Cuenca,
Miguel S.
Echegaray, José María Flores Videla y Alejandro Albarracín... Pero nadie da nada por su vida. Estos bes-
tias le dispararon tres veces...
-Mallea y Doncel están fuera de peligro...
-Sólo han recibido heridas menores.
-¿Se sabe quienes los atacaron?
-Esto ha sido político,
monseñor, no le quepa dudas. Pero pronto sabremos quién está detrás.
-¿Tiene alguna sospecha?
-Monseñor, yo sólo soy un soldado...
-Hable y quédese tranquilo que la información la manejaré yo.
Olivarez contó todo lo que sabía.
-Anoche, nos avisaron que había una persona muerta cerca del puente Los Tapones, en Trinidad.
-Continue...
-Esta persona participó en los sucesos ocurridos en la casa del señor Mallea.
-Ahá...
-Es más, sería el hombre que, una vez muerto el coronel Gómez, se acercó al cuerpo y le dió una
última puñalada para asegurarse que era difunto.
- ¿Y qué pasó con este hombre?
-Cometido el crimen, huyó por calle Mendoza hacia al sur, hasta que al llegar al puente Los
Tapones quedó muerto.
-¿Estaba herido...?
-No, en absoluto. Al parecer, le dió un síncope.
-¿Y quién era ese hombre?
-Esto es lo extraño...
-¿Extraño?
-Sí,
monseñor. Ese hombre es o era,
mejor dicho, el cochero de don Manuel
María Moreno...
Monseñor Giles miró a Olivares y nada dijo.
Moreno había sido vicegobernador de Agustín Gómez y hombre de confianza de este, al extremo
que al renunciar a su cargo lo dejó al frente de la provincia. Era en esos días, el presidente del partido
roquista en San Juan.
Monseñor Giles quedó pensativo unos minutos y Olivares correspondió con un respetuoso silen-
cio.
Como volviendo de sus cavilaciones, el presidente del Senado preguntó:
-¿Quién puede haber sido el jefe, capitán?
-Se dice que Napoleón Burgoa,
monseñor.
-Mmmm... Algún pez más gordo debe estar más arriba...
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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