Sabía que ese acuerdo es lo que le
había permitido ser electo gobernador, en
lugar de Mallea, el hombre que deseaba
Anacleto Gil lo sucediera.
En eso estaban cuando de pronto
todo cambio.
Cinco desconocidos acababan de
entrar en la sala.
Doncel fue el primero en advertir la
situación: los desconocidos están arma-
dos.
De pronto se oye un tiro de
Reminton y se escucha la voz de Mallea:
-¿Qué diablos significa esto?
Los extraños visitantes comienzan
a disparar contra el grupo reunido.
Doncel de un fuerte bastonazo
apaga la lámpara que iluminaba la sala y
se lanza bajo la mesa del comedor.
-Hijos de puta-, se escucha en la
oscuridad.
Se ve la sombra de Agustín Gómez
que corre en dirección a los fondos, pro-
curando ocultarse en el frondoso parral o
ganar la casa vecina.
Otras dos sombras lo siguen.
Suenan varios tiros.
Gómez cae acribillado a balazos
disparados contra su espalda desde pocos
metros.
El gobernador Gil está herido léve-
mente y logra refugiarse en una sala con-
tigua.
El olor a pólvora cubre la casa. Se
escucha los gritos de Justina.
-¿Qué está pasando, por favor, que
está pasando?- grita con desesperación.
Una sombra ha encontrado a Gil.
Lo toma de los cabellos y la barba y lo
arrastra hacia la calle.
La silueta del desconocido toma
forma. Tiene cabellos y barba blanca.
El desconocido arroja a Gil sobre la
acequia regadora que atraviesa la c-alle
Mendoza. Inmediatamente comienza a
dispararle.
Un tiro, dos. El cuerpo del
Los tres hombres estuvieron algunos
minutos conversando frente al edificio de la Casa de
Gobierno y luego, lentamente comenzaron a desandar el camino. Cruzaron la plaza y llegaron a la esqui-
na de Mitre y Mendoza.
Ya estaba oscuro.
-Tengo una sensación fea, como si alguien nos estuviera siguiendo -, dijo Gómez.
-Yo veo todo muy tranquilo- respondió Mallea.
-En los últimos días han circulado versiones muy feas-, dijo Doncel.
-¿A qué se refiere? -preguntó el coronel.
-Se habla de un plan para asesinarlo a usted y al gobernador Gil...
-Yo no se si hay que dar crédito a todo lo que se dice... El diario La Unión está creando un clima
muy denso en San Juan. Vamos a tener que hacer algo con esta gente.
-Pero no sólo el diario está en abierta oposición, coronel. El gobernador Gil recibió un telegrama
desde Buenos Aires donde le prevenían que tomara precauciones pues han detectado un plan para ase-
sinarlo.
-¿Y qué dice Anacleto?
-Usted sabe como es él. No le ha dado importancia al asunto.
Los hombres tomaron por calle Mendoza hacia el sur.
A mitad de cuadra, entre Santa Fe y Mitre, la calle mostraba una elevación pues por allí pasaba la
acequia regadora que llevaba el agua hasta las propiedades.
Precisamente a esa altura estaba la casa de Mallea.
Una vivienda construida con adobe, alta, con
varias habitaciones que remataba en un fondo con parrales.
-Bueno, ya llegamos. Pasen por favor- pidió el dueño de casa.
Pasaron y se dirigieron al comedor, donde Anacleto Gil conversaba con Justina.
Los hombres se saludaron afectuosamente.
Estaban por ocupar sus asientos cuando sienten golpear a la puerta.
-Buenas, buenas... ¿Como están ustedes?
Belisario Albarracín,
ministro de Hacienda de Gil es quien había llegado.
Tras los saludos de rigor, Albarracín dice:
-Si me disculpan, ustedes, salgo unos minutos a comprar cigarrillos al negocio de Olguín.
Justina, por su parte, ofrece una taza de té.
-¿Ya cenó coronel?
-Si señora, yo ceno muy temprano. Pero con mucho gusto tomaré una taza de té.
Hacía cinco minutos que el reloj de la Catedral había señalado las 9 de la noche.
Justina sirvió el té y se retiró, dejando a los hombres solos.
Esa noche, el poder de San Juan estaba reunido en aquella casa de la calle Mendoza: un ex gober-
nador, actual senador y hombre fuerte del partido; el actual gobernador y los futuros gobernador y vice.
Aunque la reunión pareciera imprevista y de caracter meramente social, lo cierto es que aquellos
hombres tenían muchas cosas que hablar: las relaciones con el general Roca, las versiones sobre una
revolución que se estaba gestando en San Juan, el traspaso del gobierno a Doncel, la próxima visita de
Domingo Faustino Sarmiento.
-Cuéntenos, coronel. ¿Cómo andan las cosas por Buenos Aires?
-Ustedes saben mejor que yo. "El Zorro" (el general Roca), quiere consolidar su posición en toda
la república. Para él somos simples bonetes a los que se controla o somete...
-Yo sé que no somos gratos a Roca -comentó Gil- las presiones que he venido soportando en estos
años han sido muchas y creo que el acuerdo alcanzado en Buenos Aires es algo transitorio.
-Transitorio pero necesario,
Anacleto -dijo Gómez- si no hubiéramos acordado en Buenos Aires,
Roca intervenía San Juan.
Doncel guardó silencio.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Manuel María Moreno, Anacleto Gil y Carlos Doncel
(parado), en una foto.