87
Alejandra Araya
velas. El curita Castro había venido a buscarlas y sólo se había llevado
cincuenta. Así que Paula puso a trabajar a la familia entera. Hasta el
niño tuvo que dejar los libros y ponerse a ayudar. Mientras lo hacía
había hecho con el cebo caliente unas bolitas pequeñas que cuando se
secaron, se convirtieron en proyectiles para molestar a todos. A la Tori-
bia le dio uno en la frente.
-¡Ya te via da pue!
Un día llegaron a casa de Paula unas mujeres en carruaje caro. Ve-
nían a curiosear los tejidos y las velas pues se habían quedado admira-
das de lo que habían visto en el Convento.
Domingo leía bajo la higuera. Paula sacó el mate de plata e hizo que
la Toribia trajera unos quesitos de cabra y dulce de membrillo. Al rato,
una de ellas notó que le faltaba la sombrilla.
-Seguro me la robó la sirvienta esa que tiene.
Domingo sin dejar de leer, empezó a hablar en voz alta.
-“Ningún hombre puede ser acusado, arrestado o detenido como no
sea en los casos determinados por la ley”
-¿¡Qué dice ese niño!? ¡Me robó la sombrilla la zamba esa! ¡Atea,
zamba atea!
-“Nadie debe ser incomodado por sus opiniones, inclusive religio-
sas”
-¡Señora, calle a ese niño, nos está ofendiendo! ¿Mi sombrilla, dónde
está mi sombrilla? ¡Esclava tiene que ser, zamba de porquería!
-“Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en cuanto a sus
derechos”
El cochero que había escuchado el escándalo, entró corriendo por el
zaguán trayendo la sombrilla olvidada en el carruaje. Sus patronas ya
se habían levantado ofuscadas y muy contrariadas por la situación.
Paula con serena sabiduría sostenía a Domingo de los hombros mientras
las veía alejarse gritando, amenazando con decirles a los curas del con-
vento y a sus amistades que nunca más le compraran nada y que una
desgracia terrible cayera sobre la casa.
-“La libre comunicación de pensamientos y de opiniones es uno de
los derechos más preciosos del hombre”
La Toribia espiaba desde la cocina. Esa noche le dejó al niño unas
velas más entre sus libros.