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Alejandra Araya
-¿Qué te pasó en el brazo, Irma? Le preguntó su madre. ¡Mirá el mo-
retón que tenés!
-Me pegué al salir de la ducha.
Como a las vacas, los dedos de Julio le habían puesto su marca.
Había sido al volver de la pileta, al despedirlo en la puerta de su casa.
-Que sea la última vez que le hacés ojitos a mis amigos, nena.
(Dicen que yo soy celoso, pero no te olvides que yo fui tramposo)
Ese verano, Irma usó camisa manga larga. Pensó: Julio tiene razón, no
tendría que haber hablado con Ricardo sobre la Facu mientras tomába-
mos mate.
-Irma, nos vamos a Jáchal con mi familia al cumple de mi abuela.
¿Venís? Dijo Claudia, su amiga.
-Y no. Es que a Julio no le gusta que lo deje solo, menos un fin de se-
mana.
-Si de novio te hace esos planteos. ¡Imaginate cuando te casés!
-No hablés así de él. Me quiere y tiene esa forma de ser un poco...
-Pelotuda. Una forma de ser pelotuda, Irma. Cuidate.
(Dicen que soy absorbente porque siempre quiero tenerte presente)
El casamiento de Irma y Julio fue en la Iglesia de los Desamparados.
Se fueron a vivir a la casa de los padres de él hasta que le entregaran
una del IPV. En el fondo, había construído un departamentito.
-Todo independiente, ellos entran por el pasillo y yo ni me entero.
Decía Ema, la mamá de Julio.
El primer ruido de platos rotos fue a la semana de la boda. Julio
había llegado antes del trabajo y el almuerzo no estaba listo.
-Te la pasás chusmiando con los vecinos.
-Fui a la Facultad a ver si puedo rendir libre.
-¡¿Facultad?! ¡¡Te dije que no, eso no es para vos!!
El bife cayó en la sartén de la cara de Irma.
(Dicen que yo estoy errado. Los que dicen eso es porque nunca ama-
ron)
De rodillas, cual promesante de la Difunta Correa, Julio le pidió per-
dón y le juró que nunca más.
Irma estuvo una semana sin salir a la calle. Su suegra fue a verla para
llevarle un poco de torta del bautismo del nieto.
-¿Qué te pasó en el ojo?
