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Miradas
Cuando el Domingo llegaba de la escuela organizaba con los hijos
de la Toribia el ataque a la cocina. Ella los esperaba y se hacía la enojada.
Entraban todos juntos con un mendrugo de pan y sopaban el caldo
gordo del puchero.
-¡Ya les via da pue! La zamba salía revoleando el cucharón de madera
para espantarlos. Más de una vez, al niño se lo dio por la espalda.
-Ya te he dicho que no les pegués, son niños y tienen que jugar.
-Es que el otro día casi me tiran l´olla, Doña Paula. El Domingo los
manda, viera usté.
-Me ha salido juguetón este muchacho.
-Y muy diferente. Se queda dormido leyendo todas las noches.
-Eso es porque vos le andás dando velas a escondidas. Ya te he visto
ayer.
La Toribia se escapaba a la huerta cuando Paula la quería retar. Y
allá se quedaba entre los zapallos o le daba de comer a los patos o cose-
chaba algunos membrillos para hacer dulce.
Mientras desplumaba las gallinas veía cómo Domingo leía sentado
debajo de la higuera. No había forma de distraerlo o sacarlo de la lec-
tura. Los otros días empezó a hablar como el mismo diablo, un idioma
raro que venía del más allá.
-Es francés, Tori, dijo la niña Bienvenida. No te asustes.
La que la había asustado fue Ña Cleme, una india con rostro ajado y
mirada dura que venía de visita de vez en cuando a verla a la Paula.
Vivía muy lejos, en el Puyuta. A veces la acompañaban sus hijas que
eran blancas de ojos celestes.
-Bonita lian salío las niñas, Ña Cleme. Dijo la Toribia.
-Cosa del destino enamorao, queselevasé. Toribia, el niño está tocao.
Lee libros mágicos.
-¿Quién?
-El Domingo, Toribia. Lo soñé, por esta lu qui mi alumbra, lo soñé
hablando con mucha gente, en lugares raros y muy lejanos, lo veo que
le crecen las manos y las piernas y se hace grande. Soñé que unos perros
lo perseguían para morderlo y entraba a la casa lastimado. Cuidelo, To-
ribia.
-Vaya, Ña Cleme, que la Paula li ha preparao unas semitas y unas
ropas p´a darle.
Le dolía tanto la espalda, pero había que terminar las doscientas