96
Miradas
-Telodije, Negro, telodije que ese compañerito tuyo del trabajo era
un turro. Ahora vas a tener que seguir pagando vos ese crédito, si le sa-
liste de garante. ¡Telodije!
Más rápido, pedaleaba más rápido y ahora sí se convirtió natural-
mente en el líder del grupo.
-Vamos, les gritaba, no se achiquen, vamos, carajo. ¡Vamos que po-
demos!
Esta foto lo hizo llorar amargamente, soltando para siempre ese dolor
por no decir basta a tiempo. Su hija con trenzas en la puerta del colegio:
-Papi, telodije, el kiosquito de enfrente de la escuela no tiene el mapa
de Argentina con división política. ¡Ayer te pedí que me lo compraras!
¿Qué hago ahora si no tengo el mapa de Argentina con división polí-
tica? ¡Telodije!
Faltaba el bonus track, la foto de su jefe, diciéndole:
-Víctor, ¿cuándo hiciste el pedido de mercadería? Telodije! Nos que-
damos sin stock. Telodije!
Sus amigos del pedal lo seguían rueda a rueda. Se sentía tan liviano
que creía volar. Los iba esperando, acomodando su ritmo al resto del
equipo. Llegaron a la Villa Ibáñez y pegaron la vuelta. Todos lo seguían
peregrinando una ilusión. Y la última foto del viejo álbum era la de su
cumpleaños. Estaban sus padres, hermanos, cuñados, familia. Las ame-
nazas de lluvia habían hecho dudar si comían adentro o afuera. Él pensó
que llovería. Pero todos creyeron que no, en San Juan nunca llueve. En
medio de la cena, corriendo, hubo que meter la mesa. Víctor dijo:
-Ven…se… los…¡Qué linda lluvia!
De regreso, el pelotón paró en el paredón del Dique. Se pidieron una
cerveza bien helada. Los vasos de plástico no hacían ruido al brindar
por el esfuerzo que los liberó para siempre. Pocholo Díaz se le acercó,
tocándole el hombro, expresó:
-Yo también soy del gremio, mi hermano.
La tarde se desgranaba en lilas, violetas y rosas. La puesta de sol fue
el portarretrato para la primera foto de un álbum nuevo: los siete ciclis-
tas abrazados compartiendo el momento. En vez de whisky, dijeron te-
lodije y todos salieron con una sonrisa sublime.
El regreso fue una celebración, dejándose llevar por la pendiente,
con el pedal quieto y el airecito acariciándoles la cara.