El día 14 Arredondo llegó a Pocito chocando con una guardia sanjuanina, a la que no consiguió
atrapar.
Siguió viaje y cuando ya se veía el poblado se encontró con el Batallón número 1 en formación y
dispuesto a darle batalla.
Tampoco el pueblo apoyó a Arredondo. Es más, una representación integrada por Salvador María
del Carril y Pedro José Zavalla le pidió que desistiera de atacar a la tropa sublevada pues todo podría
terminar en un conflicto sangriento.
Arredondo volvió a Mendoza decepcionado.
Y Mendizábal rió para sus adentros: había logrado
detener la reacción de la capital de la intendencia.
Ahora él tenía el toro por las astas.
Frente la Mendoza dictatorial se levantaba San Juan Federal,
marchando hacia su total autonomía.
San Martín desde Chile recomendó prudencia al gobernador de Cuyo.
Desobedecido en San Juan y con un brote de descontento en su propia guarnición, Luzuriaga
renunció como intendente de Cuyo.
Inteligente Mendizábal, escribió al director supremo, general Rondeau, ofreciendo obediencia al
gobierno central.
Su obra de arte estaba a punto de ser consumada. El 29 de febrero convocó a la población a una
asamblea en la Catedral para que decidieran sobre un único punto:
—¿Quieren unirse a las demás provincias federadas o seguir dependiendo de Mendoza?
El 1 de marzo de 1820, la asamblea proclamó la autonomía, con la adhesión entusiasta de la pobla-
ción. San Juan era ya un estado argentino.
¡San Juan había nacido como provincia! Y lo había logrado el aventurero Mendizábal. Ya forma-
ba parte de la historia provincial.
Pero ahí terminó su suerte. Y comienza su noche negra. En un proceso tan rápido como el que lo
llevó a la cumbre.
El comandante Francisco Solano del Corro, su socio el 9 de enero en el derrocamiento de De la
Roza, comenzó a hacerle la vida imposible.
Acusaba a Mendizábal de
“traidor a la causa”
si se dete-
nía ante cualquier exceso o pactaba la paz con Mendoza. Lo atacaba por haber perdonado la vida de De
la Roza, halagaba a su tropa que seguía en un estado de sublevación y se iba erigiendo en el líder mili-
tar del movimiento.
Mendizábal intentó liberarse de Del Corro y lo envió a una aventura imaginaria a La Rioja. Pero
la tropa se amotinó y exigió el regreso de su jefe.
Y Mariano no tuvo más remedio que enviar un chasqui para pedirle que volviera.
Tampoco con los vecinos le iba bien al nuevo teniente gobernador. Alguien lo acusó formalmen-
te:
—Faltan varias cajas de caudales públicos.
Mendizábal intentó aclarar la situación:
—Las llevé a mi casa ante la posibilidad de que el coronel Arredondo invadiera San Juan.
Nadie quedó conforme.
Para colmo, el Batallón de Cazadores de los Andes —transformado en una horda de maleantes
que cometían toda clase tropelías—, seguía reclamando fondos.
Y Mendizábal no tenía otra alternativa
que dárselos. Con lo que sus relaciones con los vecinos fueron de mal en peor.
El 21 de marzo de 1820 una asamblea de vecinos, apoyada por Del Corro y sus tropas, destituyó
al primer gobernador, al hombre que logró la autonomía provincial. Exactamente tres semanas después
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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de haberla logrado.
José Ignacio Fernández Maradona, de 68 años, fue designado gobernador. En el mando militar se
lo mantuvo al capitán Francisco Solano del Corro, el nuevo
“hombre fuerte”
de San Juan.
Mendizábal no sólo había dejado de tener el poder. Ahora debía rendir cuentas de los fondos
públicos administrados durante sus dos meses y medio como gobernador.
El 20 de abril presentó una rendición.
Y el 24 Fernández Maradona lo intimó para que en el tér-
mino de 24 horas repusiera 4 mil pesos que faltaban.
Ante esto, el inescrupuloso padre de la autonomía sanjuanina, con la ayuda de su mujer, se fugó
disfrazado de fraile. Ante ello el nuevo gobernador ordenó un sumario, cerrado con la deportación inme-
diata de Mendizábal.
Mendizábal, como había ocurrido con De la Roza, con el gobernador de Mendoza Luzuriaga y el
gobernador de San Luis, Dupuy, fue detenido en La Rioja por las fuerzas del comandante de los Llanos,
Juan Facundo Quiroga.
El aventurero militar estuvo un tiempo detenido y remitido luego a Martín Güemes que lo envió
a Perú, a disposición del general San Martín.
En Lima,
Mariano Mendizábal fue sometido a consejo de guerra y condenado a muerte.
José Ignacio De la Roza pidió al Libertador por la vida de su cuñado a pesar que lo había traicio-
nado.
Fue en vano