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Alejandra Araya
colectivo. Eso sí, se tenía que levantar mucho más temprano. Pero al que
madruga, dios lo ayuda. Una noche que llegaba a su casa, vio a dos
pibes vecinos haciendo el daño a los coches. No dijo nada, porque en
boca cerrada, no entran moscas.
Había hecho carrera en la docencia. Ahora trabajaba en el Ministerio
de Educación. Hacía respetar la línea jerárquica y estaba esperando un
ascenso. Carrizo también esperaba acomodarse en ese mismo puesto.
-Pedrito, esta oportunidad es mía. Tengo influencias.
No le hizo caso. Perro que ladra, no muerde.
El día de su cumpleaños, sus compañeros de trabajo le habían pre-
parado un festejo sorpresa. Cuando llegó no encontró a nadie, estaban
todos apostados en una oficina con una torta y gaseosas para festejar. Y
si bien, a caballo regalado no se le miran los dientes, pensó que más que
festejo de cumpleaños, era por su ascenso.
Carrizo tenía un andar diferente: era rengo. Pedro suponía que le es-
taba preparando una cama. Tanto lo supuso, que lo soñó. Y los sueños
se hacen realidad. Una mañana al llegar a su trabajo vio la Resolución
que lo designaba a Carrizo. Suspiró profundo cual aplicación de supo-
sitorio: al mal tiempo, buena cara porque dice el dicho: al mejor cazador
se le escapa la liebre.