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Miradas
Por eso suponía que su empleada de años se llevaba el jabón, la la-
vandina y la yerba. El diablo sabe más por viejo que por diablo. Además,
él era lechuzo muy cascoteado y no podían hacerle pasar gato por lie-
bre.
Como su novia Ester no le dijo: “Contigo, pan y cebolla”, nunca le
propuso casamiento. Ella se cansó de esperar y se casó con otro. Pedro
pensó: No importa. Agua que no has de beber, déjala correr. A los años,
Ester se divorció. Cuando Pedro se enteró, no fue a buscarla porque en
todos lados se cuecen habas.
Siempre llevaba calzoncillos nuevos y limpios porque su madre
decía: “a ver si tenés un accidente y te tienen que internar”. Por eso,
como suponía que podría pasarle algo en la calle, tenía un stock de
bóxer sin estrenar. Hombre prevenido, vale por dos.
Vivía pensando en los temblores. En el 44 no había nacido y en el 77
se quedó atrapado en el ascensor de su edificio cuando se iba a la Fa-
cultad. Por eso subía y bajaba por las escaleras. El diablo nunca duerme.
Se crió con aquello de: el ahorro es la base de la fortuna. Por fortuna,
sus padres ya no vivían para el 2001 porque toda la plata de la venta de
la finca de 25 de Mayo quedó atrapada en el Corralito. Después de todo,
pensaba que era mejor. Porque todo tiempo pasado fue mejor. Él tenía
su trabajo y no le hacía falta más. El que mucho abarca, poco aprieta.
Su padre decía: el rico vive del pobre y el pobre de su trabajo. Y él no
era un oligarca explotador.
En la caja de música de madre, él guardaba varias suposiciones cre-
adas a partir de los refranes: que los petisos son agrandados; los judíos,
avaros; los radicales, inútiles y los peronistas, incorregibles. Los pelu-
queros gay y los hijos de padres separados, conflictivos. Que las mode-
los son huecas; los periodistas, advenedizos; los abogados, cuervos, los
contadores, especuladores, los políticos, mentirosos y los policías, coi-
meros. Que los mineros tenían el aura contaminada y al respirar exha-
laban cianuro. Casi echa a su empleada doméstica cuando ordenando
el placard encontró la caja de música que él escondía. No lo hizo porque
creía firmemente en eso de más vale malo conocido que bueno por co-
nocer.
Con mucho sacrificio, se había comprado el 0km. En el Barrio Aram-
buru donde vivía, andaban rayando los autos, y suponía que podría ser
víctima de los vándalos. Entonces lo guardó en su garaje. Iba y venía en