la_cena_de_los_jueves2 - page 37

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Miradas
diciones en las que está, no puedo hacerme cargo de ella, excede mi pa-
ciencia, mis conocimientos de medicina, mi energía. También tengo
hijos, nietos, marido, amigas. Yo me he abandonado en esta cruzada so-
litaria.
-¿Y Magdalena, cómo está?
-Lúcida. No ve bien y está en la cama pero cuando te descuidás, se
levanta y trajina la casa. El otro día me dijo: ¿Me querés decir que pito
toco yo todavía?
Cuando llegó de la calle, sonó el teléfono. Era su hermano Aníbal
que hablaba por skype.
-Che, Mari, ¿qué está pasando por aquellos lados? La vieja, cómo
está mi viejita, no la estarás por meter a un geriátrico, no? Me muero.
Ella se muere al otro día. Se llenan de piojos, no los atienden. Viste en
Buenos Aires ese caso que se murieron quemados esos ancianitos, po-
brecitos. Mi Magda querida, come bien? Rubén me contó que llamaron
a la emergencia porque se había descompuesto.
-Ella está bien, Aníbal. Yo estoy muy cansada, no aguanto más.
-Eh, que no se diga, una mujer joven. Hace poquito que te jubilaste.
-Un año, Aníbal. Y todavía no puedo disfrutar mi jubilación.
-Suerte que te jubilaste. La mami trabajó toda la vida y ni un peso, si
no fuera por la pensión del viejo que era comisario. Che, Rubén me
llamó y me dice que con eso alcanza para todos los gastos e incluso po-
nerle una enfermera en la casa.
-Ya lo hablé con Rubén. No se trata de gastos, es atenderla, Aníbal.
Yo me estoy enfermando.
-La mami, esa sí que es de fierro. ¡90 años mi viejita! ¡Esos cuentos
que se inventaba cuando éramos chicos para engañarnos y que tomára-
mos la leche, nos bañáramos, nos durmiéramos! ¿Te acordás?
-Aníbal.
-¿Sí?
-Andate a la concha de la lora.
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