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arita se había acostumbrado al olor a caca. Todos los días
tenía que cambiarle los pañales a Magdalena, bañarla, darle
la papilla en la boca y contarle un cuento para que se dur-
miera. Al principio, no renegó. Pero a medida que el tiempo fue trans-
curriendo y sus fuerzas, mermando, las sensaciones cambiaron.
Magdalena no era una bebé de meses, tenía 92 años y era su madre. Pos-
trada en una cama luego de quebrarse la cadera, se había quedado casi
ciega y no quería que nadie la atendiera, sólo Marita.
-Rubén, estuve averiguando geriátricos. Yo ya no puedo sostener
más esta situación.
-¿Meter a mi madre en un geriátrico? ¡Vos estás loca! ¡Si se entera
Cuento