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Miradas
pornográficas, sino literatura de entretenimiento para adultos. Juanito
no se había muerto, sino había perdido la vida. Su vecino no era viejo,
era un adulto mayor de la tercera edad. No había ido al cementerio,
había hecho una visita al jardín de la paz. No había inflación, había un
incremento negativo en los artículos. Los chicos no eran inquietos, te-
nían Síndrome de Atención Dispersa.
Con Luisina, su sobrina nieta de veinte años, tenía una relación es-
pecial. Un día la llamó visiblemente nerviosa.
-Luisina, tengo que hacerme unos análisis femeninos de control
anual.
-¿Un Papa, una eco y una mamo?
Cara de Eufemia-pelota de goma al fuego.
-Es que soy una mujer sexagenaria que no tuvo la posibilidad de que
la Naturaleza se multiplicara en vida.
-Eufe, ya sé: no tuviste hijos. ¿Qué me querés decir?
-Que nunca he ido a un médico de señoras.
Luisina tendría que haber dicho: recórcholis. Pero le salió un ro-
tundo: ¡qué cagada!
-¿Y por qué me llamaste? ¿Qué necesitás?
Era obvio que nadie le había preguntado eso jamás. Su emocional se
empezó a desinflar.
-Que me acompañes.
Luisina la abrazó con ternura y le dijo que sí, que no se hiciera pro-
blema, que todo saldría bien. Tomaron el té o una infusión caliente en
hebras y comieron unas galletas o dulzuras de chocolate y naranja.
Cuando el ginecólogo le pidió a Eufemia que se desvistiera y se pu-
siera la bata, se le paralizó el corazón. Lo hizo, pero no pudo tomarle la
muestra para el Papanicolau.
-La voy a lastimar, Eufemia. Vístase, vamos a hacer un tratamiento
y el mes que viene, vuelva.
-¿Estoy enferma?
-No, sucede que la vagina está extremadamente seca. Es imposible
tomar la muestra. Relájese, salga, diviértase. Se puede ir haciendo la eco-
grafía y la mamo. Cuando tenga todos los estudios, vuelva.
Tenía que aplicarse una crema cada doce horas. Luisina la acompañó
a la farmacia. Cuando la cajera preguntó a viva voz de quién era el lu-
bricante vaginal, Eufemia se hizo un ovillo. Su sobrina nieta se adelantó,
pagó y salieron.
Al salir, Eufemia dijo: