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Miradas
a su riñón trasplantado. El Internado era una jauría de jóvenes que pe-
leaban por el pan, los cigarrillos o las revistas. La Sarli era una diosa in-
alcanzable (O un ángel. ¿Quién sabe?) que los visitaba por las noches.
El pasado: los recuerdos de su infancia, de su juventud que lo flas-
heaban constantemente. El presente: la habitación de la Clínica. Desde
la ventana se veía esa postal de Buenos Aires en gris y nada que le hacía
extrañar sus montañas sanjuaninas. Aquí hay tiempo para recordar,
para pensar, jugar a las cartas y contar esperanzas mientras hijas, her-
mana y mujer entran y salen, van y vienen. El recipiente que medía la
orina estaba seco.
-Paciencia. Hay riñones que demoran más de cuarenta días en arran-
car, dice una enfermera que después de treinta años en la Capital con-
serva su acento correntino.
Él también conservó su acento cordobés después de llegar a estudiar
a San Juan. Por supuesto que lo miraron como sapo de otro pozo.
El servicio era de primera, como un Hotel 5 estrellas: baño privado,
televisión satelital, servicio de mucama las 24hs. Pero no era un hotel,
era un Sanatorio.
-Con dinero podés pagar la mejor obra social, pero no la salud, decía
mientras esperaba que se concretara el sueño que había perseguido por
años: su Proyecto Tras.
-La Clínica es igual a la Universidad con la diferencia que rindo plas-
maféresis, diálisis, control de glucemia y presión arterial, análisis diarios
de orina y sangre. Les comentaba con humor a hijas.
-Esa misma sangre que te salía de tus manos de niño cuando eras
boyero en el campo. Agregaba hermana.
-Hace cuarenta años estudiaba para prácticos, ponencias, exámenes
finales. ¿Hay exámenes finales en la vida? ¿O la vida es un examen final?
La pregunta quedó flotando en la habitación.
En San Juan había quedado Dorotea, una máquina de diálisis que
hacía el trabajo que sus riñones no podían. En la Clínica y mientras el
trasplantado no despertara, tenía otra más ruidosa y pequeña que cabía
en la habitación. El recipiente que medía la orina seguía vacío.
-¿Cuándo? ¿Cuándo arranca? ¿Cuándo están de regreso en San Juan?
¿Cuándo? Eran las preguntas que familiares, amigos, conocidos meta-
forizaban en oraciones, saludos y buenos deseos. Los días que pasaban
eran una escalera de ansiedad y dolor.
Porque le dolía todo: el tiempo, los pinchazos buscando venas nue-
vas, las miradas, las revisaciones cotidianas y la intimidad proscripta.