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Alejandra Araya
no enamorarse de Javier, no lo logró. Pero Javier andaba metido de ca-
beza con Gema que le dijo:
-Fluyamos.
Varias noches, Delia escuchó llorar a su hija y cuando le preguntaba
ella respondía que le molestaba la ortodoncia. Era una joven correcta:
pedía permiso al entrar, saludaba al llegar, y se fijaba en las personas
por lo que son, no por lo que le podían dar. Así las cosas, se había ena-
morado como toda mujer correcta, pensando en el futuro. De modo que
a Javier le hizo la pasada 200 mil veces, probó con absolutamente todas
las técnicas: la indiferencia, los regalos, los mensajes de texto, el face-
book, la adulación, la invitación, la comunión, la extrema-unción. Nada.
Javier se había enamorado de Gema como todo hombre inteligente,
como un loco.
En esos días que había tomado el papel de amiga correcta, encontró
a Javier como trapito de lavacoche en el patio de la escuela.
-Gema se va a estudiar Antropología a Córdoba. Comentó Javier con
la cabeza entre las manos.
Entonces Sevelinda se puso su traje de Mujer Maravilla y le respon-
dió:
-Quien te lastima, te hace fuerte. Quien te critica, te hace importante.
Quien te envidia, te hace valioso.
Javier levantó su vista y mirándola, le dijo:
-¡Qué pelotuda!
Sevelinda se hizo adulta, se sacó las dudas de ser adoptada y heredó
todos los bienes de sus padres. Revertió su experiencia de hija única te-
niendo 9 hijos. Superó lo de Javier, la ortodoncia le corrigió definitiva-
mente sus dientes y vivió una vida de sanjuanina correcta. Sólo una
incorrección como piedra en el zapato la lastimó siempre.
El apellido de Sevelinda era Parada.