-He mandado al teniente Desiderio Salinas acompañado por varios hombres en persecución de un
grupo que tras atacar el cuartel huyó hacia Caucete. Espero tener novedades para la tarde.
-¿Sabe quienes están en ese grupo?
-Los manda Sebastian Elizondo, el capataz de Burgoa.
-¡Lindo ejemplar!
Monseñor Giles convocó esa misma tarde a la Legislatura.
Cientos de curiosos esperaban en la plaza y en la equina de Rivadavia y General Acha cuando fue-
ron llegando los legisladores.
A esa hora ya una noticia había ganado la calle:
-El vicegobernador Juan Luis Sarmiento era uno de los jefes del movimiento revolucionario.
Sarmiento había desaparecido.
Agonizante el gobernador Anacleto Gil y desparecido Sarmiento, la provincia quedaba práctica-
mente acéfala por lo que monseñor Giles, como presidente del Senado, se apresuró a convocar a los
legisladores.
-Señores, quiero decirles que he decidido renunciar como presidente del Senado.
Los legisladores se miraban absortos. Un murmullo creció en la sala.
-Usted no puede renunciar,
monseñor. San Juan está en estado de acefalía.
-No sólo que puedo sino que debo renunciar. Antes que nada, soy un sacerdote. Yo no puedo estar
al frente de las tareas de esclarecimiento, represión y castigo de los culpables. Comprendanme.
Uno de
ustedes debe conducir esa tarea.
Y por eso he pensado que debemos poner en marcha los mecanismos
para que quienes ustedes decidan, quede al frente del gobierno. El primer paso es, pues,
mi renuncia.
Las palabras de monseñor tenían lógica.
El paso siguiente consistía en elegir al sucesor.
El poder estaba bien atado, en aquellos días.
Tenía que ser un hombre de confianza de Gil pues, aunque agonizante, aun estaba vivo y era el
gobernador.
Pero al mismo tiempo, debía ser un integrante del Poder Legislativo.
Y un hombre con capacidad suficiente para manejar una situación muy delicada que nadie sabía
a esa altura, hasta donde podría llegar en sus ramificaciones.
Un sólo hombre reunía todas las condiciones: el cuñado de Gil, senador provincial y vicegober-
nador electo, Vicente C.
Mallea.
Esa misma noche,
Mallea asumió la presidencia del Senado y quedó interinamente a cargo del
Poder Ejecutivo.
Esa misma noche, también, la Legislatura reunida en sesión extraordinaria, promovió juicio polí-
tico contra el vicegobernador Juan Luis Sarmiento, sospechado de ser instigador de los graves hechos
que terminaron con la muerte de Gómez, las gravísimas heridas recibidas por el gobernador Anacleto Gil
y el asalto al cuartel que causó varias muertes y heridos.
Mallea, hombre práctico, sabía donde golpear.
Su primera órden fue terminante:
-Quiero ver inmediatamente detenido a don
Manuel
María
Moreno, a
Gregorio Correa, a
Napoleón Burgoa y a todos los que han participado del hecho.
El capitán Olivares presentaba su informe a Mallea:
-El teniente Salinas se topó con el grupo de Sebastian Elizondo en Caucete y tras un intenso tiro-
teo en el que hubo varios muertos y heridos por ambas partes, logró reducirlos.
-Perfecto. ¿Qué hace Salinas ahora?
-Lo he mandado en persecusión de Napoleón Burgoa y de don Juan Manuel de la Presilla que al
parecer huyen a Chile por el paso de Portillo.
Nunca imaginó Mallea que en tan pocos días su vida cambiaría tanto.
De ser el senador de con-
fianza de su cuñado, el gobernador Gil, había pasado a ser el hombre fuerte de la provincia.
Las noticias sobre Gil eran desalentadoras.
-Sigue en estado muy crítico- decían los médicos.
La noticia del asesinato del senador nacional Gómez y el atentado contra el gobernador habían
causado conmoción en Buenos Aires.
El presidente Roca había recibido un telegrama del vicegobernador Sarmiento, oculto en algún
domicilio que le servía de refugio:
-San Juan en estado de acefalía, solicito urgente la intervención federal- decía.
Roca estaba indignado con lo ocurrido.
Moreno y Sarmiento eran hombres de su partido y algu-
nos intentaban sacar provecho de la situación señalándolo como autor intelectual de los crímenes.
El 11 de febrero Mallea firmó un decreto suspendiendo la aparición del diario La Unión, "por
haber incitado al pueblo a deshacerse del gobernador Gil y del senador Gómez".
El día 13, el Senado, reunido en sesión especial, expulsó de su banca a Manuel
María Moreno, por
encontrarlo responsable de los sucesos del día 6.
A todo esto, el juez del Crimen, Segundo Riveros, realizaba la instrucción del sumario por lo ocu-
rrido.
Con el correr de los días se conocieron otros detalles del suceso:
Santa y vidente
Nadie que hubiera presenciado los hechos ocurridos
el 6 de febrero habría pensado que Anacleto Gil
sobreviviría al atentado.
Con dos heridas en la cabeza y una en la nuca, el
gobernador estuvo varios días entre la vida y la
muerte, privado del conocimiento.
En esos días, aunque lo atendían varios facultativos,
su hermana Justina mandó llamar a una mujer que
gozaba fama de santa y vidente.
Se trataba de la sirva de Dios, Jesús Vera,
mentada
en las cronicas del pasado por su acendrada devo-
ción al sagrado corazon de Jesús.
Tras orar ante el cuerpo agonizante de Gil. la mujer
fue contundente en su pronóstico:
-Este hombre se salvará.
-¿Está segura, hermana?
-Sí, es un hombre límpio.
Jesús
Vera fue sepultada en el templo de San
Agustín, ubicado en la calle que hoy se llama Entre
Rios, entre Mitre y Rivadavia, por ser considerada
partícipe de un hecho reputado de milagroso.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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