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tal Gabino Carta, para que lo probara un potencial comprador: el inspector de Impuestos Internos de la
provincia, Humberto Bianchi, cercano colaborador del gobernador Amable Jones.
Y allí estaba, frente a la Casa del gobernador Leonardo Heard.
Habían pasado quince minutos
desde que el reloj de la Catedral diera las 11 y los vio aparecer por la puerta. Junto a Jones venía el mi-
nistro de la Corte, Colombo, Bianchi y el empresario Juan Meglioli, presidente del Banco Italo Libanés.
Jones:
Meglioli, ¿en qué auto quiere que vamos? Tenemos para elegir hoy.
Meglioli:
Yo he venido en el mío, doctor. Si desea, con mucho gusto.
Bianchi:
No,
mejor vamos en aquel
—señalando el Stoddart Dayton—
porque tengo interés
en comprarlo y lo desearía probar.
Intervino entonces Leonardo:
—Mire que las gomas no están muy buenas.... Si vamos a ir lejos...
Bianchi:
No te hagas problemas. Vamos en este, nomás.
Subieron todos en el auto.
En el asiento de atrás se ubicaron, a la derecha el doctor Jones, en el medio Meglioli y a la izquier-
da Colombo. El coche tenía dos asientos laterales chicos pero Bianchi prefirió sentarse junto al chofer
para no molestar a los otros pasajeros.
Eran las 11,20 cuando el vehículo partió de la casa de Jones.
Al llegar a Pocito, el auto tomó por la calle Aberastain en dirección al sur.
—Pare acá, por favor–
indicó el gobernador luego que hubieran recorrido algunos centenares de
metros.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Los
cuerpos de
Amable
Jones y
Silvio
Meglioli
yacen
dentro del
auto, luego
de ser
acribillados
a balazos
El marco político
Hipólito Yrigoyen era el presidente de la Nación. Y San Juan era un lunar en el país que
había abrazado la causa radical a partir de la ley Saenz Peña que posibilitó el voto secreto y
obligatorio para todos los hombres.
El radicalismo sanjuanino estaba dividido en tres fracciones.
Por un lado, el denominado grupo
"matucho",
por la edad de sus integrantes, que en
realidad entre ellos se llamaban "principistas" por ser los primeros radicales, aunque llevaban
30 años absteniendose en materia electoral.
Después estaban los
"orejudos"
, que se autodenominaban "nacionalistas", que venían
del disuelto Partido Popular del coronel Carlos Sarmiento, la flor y nata de este nuevo radi-
calismo sanjuanino, todos hombres exitosos en sus actividades privadas y duchos en la políti-
ca.
Finalmente, estaban los
intransigentes
,
muchachos jóvenes en su
mayoría que
respondían a un médico de 30 años que prometía una revolución en favor de los pobres:
Federico Cantoni.
Era difícil juntar a todos los radicales. Pero todos sabían que si no se unían, no podrían
triunfar en las elecciones.
Y fue en el mismo despacho del presidente Yrigoyen que los sectores acordaron un can-
didato único y desconocido para los sanjuaninos: Amable Jones, el prestigioso médico radica-
do en Buenos Aires tras vivir algunos años en París.
Cada uno —seguramente— sabía cual sería su negocio.
Pero el caso es que Jones pronto demostró que no era fácil de controlar.
No estaba dispuesto a compartir el poder.
Y como era de esperar, el enfrentamiento se dio.
Jones fue quedándose cada día más solo.
Intervinó la Legislatura, destituyó jueces y magistrados y los sustituyó por gente veni-
da de otras partes, no respetó las autonomías municipales.
Los legisladores, por su parte, se reunieron en el domicilio del senador Ramón Barrera
y le iniciaron juicio político al gobernador.
Aunque el Parlamento nacional decretó la intervención de la provincia, Yrigoyen se las
ingenió para sostener a su gobernador amigo.
"Todos los caminos se cerraban"
, diría más tarde uno de los protagonistas de los hechos
por venir. Sólo quedaba la instancia revolucionaria.
Y esa instancia la había anunciado Cantoni cuando al regresar de Jáchal, donde fue heri-
do en un pie tras una refriega con fuerzas policiales, dijo desde el automóvil que lo trans-
portaba a una multitud que lo fue a esperar a la Plaza 25 de Mayo:
"Os concito a que esteis listos. El que no tenga en su casa un Mauser, que se provea de
un Winchester, agenciese una escopeta y el que no pueda esto, un revólver. Y si esto no se
puede, aunque sea un cortaplumas, aunque sea un suncho, para que todos contesten: ¡listos!
cuando se les llame a sacar vivo o muerto de la Casa de Gobierno al traidor Jones"
. Su her-
mano Elio se expidió en forma parecida y otro tanto hizo Belisario Albarracín.
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