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Alejandra Araya
como nosotros. Un día nos reunimos con las psicólogas y otro, con una
médica que nos enseña a respirar y pujar.
-Hace 30 años, cuando te tuve a vos, Débora, no había nada de eso.
Me acuerdo que con tu, tu, tu padre, nos hacíamos miles de preguntas.
Yo rompí bolsa y lo llamé al trabajo, no había celular. ¡Estaba de ner-
vioso! Naciste a las 11 de la noche. ¡10 horas con contracciones! Entra-
mos juntos a la sala de parto. Él te cortó el cordón.
El recuerdo había tomado a Delia del cuello. Su voz, cada vez más
finita y entrecortada estaba untada de nostalgia. Nunca pensó que iba a
celebrar la llegada de su yerno.
-¡Hola, hooola! ¿Cómo anda mi panzoncita? Mirá lo que le compré
al bebé. ¡Será un varón, hincha de Boca, carajo! Fede mostró una cami-
setita que parecía de juguete.
Esa noche, cuando Débora se levantó al baño, un río blanquecino le
indicó que su bebé llegaba. En el curso habían hablado de mantener la
calma. Tomaron bolsos y se fueron solitos al Sanatorio Argentino. No
querían invasiones. Por eso no avisaron a nadie hasta que con 9 de di-
latación, pasaron a la sala. Recién ahí, Federico mandó mensajitos.
Débora salió en camilla. En su pecho, una beba de pelo oscuro la mi-
raba fijamente. Al lado iba Federico. En la habitación, los tres se abraza-
ron y lloraron en lluvia de amor. Ése fue el Baby Shower de Olivia.