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Alejandra Araya
-Vénganse temprano. Voy a amasar y a mi niña le gustan las tortitas.
Dijo la Adela.
Fue cuando Lucía andaba jugando sola. “Farolera tropezó y por la
calle se cayó”
-Y al pasar por un cuartel se enamoró de un coronel, completó el
Tuerto.
-¿Te sabés esa canción?
-Esa y muchas otras me sé. ¿Querés que te las enseñe?
-Dale.
-Vení, vamos allá, detrás de la pared aquella que yo te voy a ense-
ñar.
Rocamora dio una puñalada corta y exacta metiendo su mano en la
entre pierna de la niña que se quedó quieta. Nadie la había tocado ahí
¿Por qué este señor lo hacía? ¿Era malo o era bueno? ¿Por qué todos lo
saludaban y lo trataban bien?
La Adela andaba buscando a los chicos porque en medio del carneo
les iba a repartir caramelos y globos.
-¡La niña! ¿Dónde está mi niña?
De la calle, el Tuerto la traía de la mano. Lucía corrió a refugiarse en
los brazos de la Adela y no salió de ahí en toda la tarde.
Al tercer día, vinieron unos parientes guitarreros de Cochagual y
hubo locro con empanadas. Las mujeres andaban dobladas preparando
ollas de comida. Faltaba poner los jamones en sal, hacer las morcillas
de cabeza y guardar los huesos.
El Chato vino con el colectivo y todos los niños se subieron para
jugar. Rocamora se subió también, los echó a todos y tomando a la niña,
cerró la puerta y se fue con ella al último asiento. Lucía empezó a gritar
y a llorar mientras él le tapaba la boca.
-¡Doña Adela, Doña Adela! ¡Lucía está llorando!
-¡El Tuerto la tiene arriba del colectivo!
Los niños vinieron corriendo a decírselo a la Adela mientras señala-
ban con sus manos heladas hacia la calle.
La Adela tomó el cuchillo que Rocamora tenía en su bolsito y sin
decir nada a nadie corrió a cumplir su misión. Uno nunca sabe lo que
es capaz de hacer, hasta que le toca.