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JONES
Clemente M. Gil, fue designado ministro en
el gobierno paralelo de Juan Estrella.
El ingeniero Carlos Porto fue nombrado
jefe de policia.
—¿Qué va a pasar ahora, doctor?
La pregunta se la formuló un periodista a
Amable Jones.
—En lo sucesivo trataré de cumplir el mismo
programa de perfeccionamiento institucional
y de mejoramiento de la justicia que es lo
más urgente.
—¿Con los actuales jueces?
—Con hombres que me merezcan confianza
y secunden mis ideas, a las que nadie puede
desconocer como las más sanas pues sólo se
inspiran en el bien común.
—¿Qué pasará con los diputados?
—Tan pronto como sea posible convocaré a
elecciones de legisladores.
—¿Y en las municipalidades?
—Voy a designar comisionados en los
municipios y también en comisión a los
miembros de la nueva corte. Como la
Legislatura no tiene quorum para reunirse,
no puedo manejarme de otro modo.
—¿Qué piensa de lo que ha ocurrido?
—Felizmente, la opinión pública de la
provincia y la Unión Cívica Radical, que me
ha llevado al poder, repudian esta forma de
pensar y de manejarse de los bloquistas.
Esto lo declaró Amable Jones el mismo
día 3 de junio.
Estaba más fuerte que nunca.
Ahora sí estaba completamente convencido
del total apoyo del presidente de la Nación. Y
los conflictos institucionales habían quedado
atrás, al menos en el plano legal.
Y
rigoyen también estaba contento.
De ninguna manera estaba dispuesto
a permitir que San Juan cayera nue-
vamente en manos del régimen.
—Si toda la oposición se pone en leguleya,
yo también sé ser leguleyo—,
dicen que
afirmó a sus íntimos.
Y alguna razón tenía.
Porque la ley de intervención nada
decía del Poder Ejecutivo.
Decía claramente:
“Declárase intervenida la
provincia de San Juan a objeto de
garantir y asegurar el funcionamiento
constitucional de los poderes legislativo y
judicial y del régimen municipal de
la referida provincia”.
En una palabra: a Jones no se lo podía tocar.
Los otros pasos se habían cumplido.
¿Entonces? Era el fin de la intervención.
Estaba cumplido lo previsto por la ley.
L
os que no pensaban así eran
los opositores.
Para ellos, el presidente les había
jugado una mala pasada.
—El presidente de la República, con una
astucia de procurador de mala ley, impro-
pia de su alta investidura y hasta de su
principismo tan alabado, burló con un
simple telegrama el fallo del doctor Salvat,
que vino para resolver con la ley y la
conciencia el escandaloso litigio político
sanjuanino—,
opinaba el periodista
Sergio Bates, director del diario Debates.
Y agregaba:
“Habilidad curialesca, de mala justicia de
paz, que aun no comentan los panegiristas
del doctor Yrigoyen pero que le recono-
cerá la historia”.
Y culminaba, furibundo:
“¿Qué puede esperarse ya del Ejecutivo
nacional, si es capaz de poner en juego
semejantes recursos para sostener contra
la voluntad de un pueblo a un gobernante
sin autoridad moral y sin prestigio?”
A todo esto... ¿qué hacían los legisladores?
Jugaban una carta muy fuerte.
El 8 de junio, Juan Estrella constituyó un
gobierno paralelo.
Hasta nombró sus ministros: Carlos P.
Quinteros y Clemente Gil.
No sólo eso: designó en comisión a dos
nuevos ministros de la Corte y a un juez del
crimen. A todos ellos Flores Perramón les
tomó el juramento.
Acto seguido envió un telegrama al
ministro del Interior:
“Hago responsable ante el país al gobierno
del que forma parte de la sangre que se
derrame en este pueblo, para mantener con
honor el imperio de las instituciones”.
Pero Jones no estaba dispuesto a dejarse
pasar por encima.
Designó a los doctores Luis J. Colombo y
Felix Echegaray en la justicia. Y pidió el
apoyo del Regimiento 15 de Infantería de
Línea para desalojar a los jueces
designados por Estrella.
Flores Perramón, una vez más,
desconoció a los nombrados.
Pero ya el teniente coronel Ricardo Quiroga,
jefe del regimiento, hacía tocar el clarín.
Y las
instrucciones eran muy precisas...
Flores Perramón optó por retirarse.
Así asumieron los nuevos miembros
de la corte.
Conciente del poder que le daba tener tras de
sí al regimiento y el apoyo del presidente de
la Nación, Amable Jones comprendió que
debía ir al fondo de la cuestión:
detuvo a
Estrella, a sus ministros y a los diputados
y senadores,
Ya no había más que hablar.
Todos los jueces renunciaron.
U
na pregunta flotaba en el aire: los
pueblos aceptan las dictaduras, al
menos durante cierto tiempo.
¿Aceptarían una dictadura surgida
electoralmente?
A cien metros de la casa de gobierno, en la
catedral, sonaban las campanas.
La noche comenzaba a caer.
Jones se siente fuerte
y ejercita el poder