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JONES
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Ilustración: Miguel Camporro
encontramos los signos evidentes del esfuerzo
constructivo, las mejoras urbanas, la edifica-
ción en auge, los pavimentos que reemplazan
las sucias y polvorientas calzadas de hace 50
años. En la misma plaza principal nos sor-
prenden ingratamente dos esquinas en escom-
bros, dos edificios antiquísimos que se han
caído de puro viejos.
El aspecto de la ciudad es el mismo o peor de
hace dos años atrás, con sus policías acuarte-
ladas, con las patrullas que a las doce de la
noche desalojan a los particulares reunidos en
locales públicos para que el jefe o el comisa-
rio se encierren a beber un trago que paga el
obsequioso patrón.
Resabio de la aldea...
El gobernador Jones
—¿Dónde vive el gobernador?
—Vea, el gobernador vive en la “Chilquilla”,
un barrio de extramuros de la ciudad, en el
límite Este del municipio. No vaya de noche
porque no le va a recibir.
—¿Y por qué?.
—Es un misántropo. Vive aislado de la socie-
dad, sin recibir visitas, sin otra compañía en
su domicilio que una antigua cocinera alema-
na que trajo de Buenos Aires, un hermano de
la misma y un hijo también de ella, aparte de
los agentes armados que velan su sueño.
—De modo que Su Excelencia no frecuenta
el trato de las familias, rehuye la vincula-
ción que dan los salones de la más culta
sociedad.
—Efectivamente, es éste uno de sus errores
de jefe de Estado; se enclaustra, a puerta
cerrada, desdeñando los estímulos y las
reconfortaciones que brinda la familiaridad
con las clases superiores del pueblo en que se
vive.
Lo mismo que el otro de la calle Brasil...
Más tarde el cronista, en la entrevista que
celebró en la casa de gobierno con el doctor
Jones, trató de penetrar las singularidades de
su misantropía, de precisar los rasgos de su
individualidad, que acaso traduzcan algo de
lo íntimo, de lo que vive allá dentro, el senti-
miento o la idea que determinan las acciones
humanas.
De pupilas claras, azules, sin fuerza y sin
fuego, sin vivacidad en las facciones, sin
calor y sin don de sugestión en sus palabras,
con la escasa cabellera rubia, desordenada, el
bigote negligente,
todo indica a un hombre
aburrido, cansado, hastiado de su papel
oficial.
Sus frases son monótonas, en un solo tono,
sin mayor pasión ni entusiasmo en los con-
ceptos y apenas sí acentúa las palabras cuan-
do habla de sí mismo: Por ejemplo:
—El doctor Jones vale tanto o más que el
gobernador Jones. Yo no le tengo apego a
esto... Así les pasa a todos los grandes inno-
vadores... la grita del pueblo y de la pren-
sa... pero la posteridad me hará justicia...
Este es el único gobernador que no apa-
lea... Para hacer el bien hay que producir
las grandes renovaciones... El pueblo está
conmigo y me ha de agradecer que no haya
regado con sangre las calles de San Juan.
Más adelante dice:
—He reprimido el fraude industrial, he
construído 15 kilómetros de camino en el
Médano de Oro y estoy enripiando el viejo
carril a Mendoza, he levantado una hermo-
sa cárcel, diques, canales, ferrocarriles...
Nada se hace sin que grite la gente...
El cronista está en acecho de una sola palabra
que revele al sabio, al científico de fama, al
experimentador consumado de las más extra-
ordinarias manifestaciones de la psíquis, al