29
JONES
M
anuel Fenelón Escobar era un
hombre mesurado, afable en el
trato. Pero era una locomotora
produciendo hechos.
Era la única forma de actuar en San Juan.
Así actuaban los sanjuaninos.
Cuando llegó como interventor a la
provincia, el 24 de noviembre de 1919,
sus correligionarios lo esperaron con una
manifestación.
Mejor dicho, con tres manifestaciones,
porque las fracciones no querían mezclarse.
La más numerosa era la de los
intransigentes, que sobresalía no sólo por su
número sino por sus vivas a Cantoni y sus
carteles con leyendas:
“De San Juan lo
mejor, Cantoni gobernador”,
mientras
enarbolaban un símbolo:
la alpargata
Era la primera vez que los cantonistas
usaban la alpargata como símbolo.
Al día siguiente el diario El Porvenir diría:
“lo curioso es que los que la levantaban
usaban zapato”.
—Pero ya se sabe que a El Porvenir no le
gusta lo que huela a chusma—
, pensó
Escobar.
En realidad, la Alpargata era el símbolo del
lencinismo mendocino. Cantoni sentía una
gran admiración por Lencinas. Le enorgulle-
cía que se hablara de sus seguidores como
“los lencinistas sanjuaninos”.
Y ahora
comenzaba a señalárselos como
“los radica-
les de alpargatas”.
O
tro grupo lo conformaban los prin-
cipistas, que sacaron ese día a
relucir la bandera del parque.
—¡Qué bárbaros, le han agregado un
moño rojo, que representa a los federa-
les!—,
le comentó con sorna el futuro minis-
tro de Gobierno, Alberto Olivera.
Recordaba Escobar que inmediatamente des-
cendido del tren en la estación ubicada en la
calles España y Mitre, se acercó un dirigente
y le dijo:
—Doctor, lo invito a que me acompañe al
auto que lo va a trasladar.
El hombre lo tomó del brazo, subieron al
auto y enfilaron por la calle Mitre, en direc-
ción a la plaza.
No habían recorrido una cuadra cuando un
grupo de personas se puso delante del vehí-
culo y lo obligó a detener su marcha.
—Por favor, doctor Escobar, baje del
auto. Lo invitamos a que nos acompañe
caminando.
Sin entender lo que ocurría, descendió el
interventor de la máquina y comenzó a cami-
nar entre la gente que lo saludaba a los costa-
dos de la calle.
La explicación se la dio un correligionario
que caminaba a su lado.
—Usted se subió al auto de un “nacionalis-
ta” y los jóvenes que lo pararon son
“intransigentes”. Ha hecho bien en ir
caminando. Es una forma de no deberle
nada a nadie...
E
se día Escobar se alojó en el edificio
del Banco de la Nación, ubicado en
la esquina de Mitre y General Acha.
En la puerta del edificio —uno de los más
importantes de la ciudad— se desarrolló un
“acto de bienvenida”.
Hubo discursos. El primero estuvo a cargo de
Eduardo T. Baca, hombre del cantonismo. Y
fue la primera sorpresa del flamante interven-
tor. El nombre de Yrigoyen estuvo ausente.
El gaucho Lencinas y Federico Cantoni eran
los depositarios de todos los vivas.
Inmediatamente después, subieron a la tribu-
na Ventura Lloveras y Belisario Albarracín,
dirigentes nacionalistas. No pudieron hablar.
La silbatina de los cantonistas fue impresio-
nante, al extremo que tuvieron que bajarse.
Este era el clima que encontró el interventor.
Y en ese clima comenzó a actuar.
Una medida que
dividió las aguas
Inmediatamente asumir, declaró caducas a las
autoridades legislativas.
El paso siguiente fue intervenir los munici-
pios, una fuente de poder político y electoral
formidable pues tenía a su cargo el manejo del
agua.
El tercer paso era declarar en comisión al
Poder Judicial. Pero pronto desistió de la idea.
Una delegación de dirigentes nacionalistas lo
visitó y puso sobre la mesa un argumento con-
tundente:
—Doctor, no tiene sentido intervenir... los
radicales tenemos gran influencia en la
Corte—,
explicó Ventura Lloveras.
P
ero ahora las cosas habían cambiado.
A un mes de entregar el gobierno era
el propio presidente de la Nación el
que le pedía que interviniera. Y la orden había
que cumplirla.
El 23 de junio se publicó en el Boletín Oficial
el decreto que declaraba en comisión al Poder
Judicial.
La provincia se transformó en un hervidero.
—Esto es obra de Jones. ¿Para qué iba a
adoptar una medida así Escobar si ya tiene
las valijas hechas?—,
se comentaba en los
café.
Naturalmente, todo el poder conservador puso
el grito en el cielo.
Los intransigentes, en cambio, estaban conten-
tos. Ellos hacía tiempo que reclamaban la
medida.
Los que estaban furiosos eran los nacionalis-
tas.
—¿Quién es Jones para actuar sin consul-
tarnos? Si cree que va a armar el gobierno
sin los radicales, no podrá contar con nues-
tro apoyo.
A todo esto sólo faltaban dos semanas para
que el gobernador electo asumiera su cargo.
Y Amable Jones continuaba en Buenos Aires,
sin dar señales de vida.
Esta es
la imagen que
tenía la
estación del
Ferrocarril en
1919, cuando
el interventor
Escobar llegó
a la provincia.
“No tiene sentido
intervenir la justicia...
los radicales tenemos
gran influencia en la
Corte...”