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¿Sabe Lloveras...?
En esta provincia hay un
solo enemigo: la mentira.
Este pueblo está enfermo de
mentiras. Necesitamos un
San Juan nuevo, con
hombres e ideas nuevas.
—Tenemos que tomar la iniciativa políti-
ca, doctor.
Ventura Lloveras expresaba sus preocupacio-
nes al gobernador.
—Creo que esta gente no va a entender
nunca—,
contestó Jones.
—El accionar del gobierno comienza a tra-
barse. Debe ser el primer caso en la política
argentina en la que un gobierno no puede
sancionar leyes porque prácticamente todos
los diputados de su propio partido han for-
mado un block para oponérsele.
—Así es.
—Eso ha hecho que la justicia esté práctica-
mente acéfala. con los municipios en comi-
sión, sin diálogo con los partidos políticos y
buena parte de la prensa en contra, es indis-
pensable fortalecer al gobierno y eso tene-
mos que hacerlo nosotros, los radicales.
—¿Sabe, Lloveras? En esta provincia hay
un sólo enemigo: la mentira. Este pueblo
está enfermo de mentiras hay que hacerlo
reaccionar. Hay que luchar contra esta
gente corrompida en esta escuela de la fal-
sedad. Para hacer una obra grande,
digna, necesitamos un San Juan nuevo,
con hombres nuevos, con ideas nuevas,
que hagan escuela de democracia y de jus-
ticia.
—Son los políticos que tenemos, doctor, no
hay otros...
—Estos no son políticos. Son logreros
audaces de los accidentes electorales,
improvisados en conductores de pueblos,
sin más título que un cúmulo de traiciones
al propio partido que los hizo conocer.
Jones estaba realmente enojado:
—Son personas sin moral, que le quitan a
la conciencia el derecho a un noble pensa-
miento para proclamar con osadía inaudi-
ta una inexactitud cobarde, que ejercitan
todas las malas prácticas en contra de la
cultura republicana y en favor de mezqui-
nos intereses...
—Lo que a mi me extraña, doctor, es que
en pueblos como este aparezcan caudillos a
los que el pueblo entrega sus destinos...
—Los pueblos sometidos a este caudilla-
je son la consecuencia de sociedades ven-
cidas por la ignorancia y por los grandes
hipócritas que se titulan intérpretes del
derecho y la justicia. Cuando los pueblos
dan a estos caudillos una representación
parlamentaria, estos personajes se trans-
forman en estafadores de su soberanía,
porque desconocen el carácter funda-
mental de las instituciones.
Honorio Guiñazú escuchaba en silencio.
A esta altura no pudo aguantarse más e
intervino.
—Doctor Lloveras... Acá se hace política
con cohetes voladores y plebiscitos de gro-
serías e insultos. Tienen un vocabulario de
cloaca... Los oradores que educan a la mul-
titud con un vocabulario de cloaca pertene-
cen al gremio de las inmundicias sociales y
no pueden aspirar al respeto de los gobier-
nos ni de los pueblos. La difamación se ha
convertido en oratoria y los oradores en
criminales del vocabulario.
A Lloveras le caía mal Guiñazú. Una cosa
era Jones, un hombre bueno y deseoso de
contribuir al progreso de su provincia aun-
que a veces por su falta de experiencia
confundía la política con el ámbito serio y
formal de una sociedad científica. Y otra
muy distinta este personaje venido de
Buenos Aires que todo lo sabía y de todo
opinaba.
Guiñazú seguía hablando:
—A la sociedad no se la ultraja con estos
propagandistas insultadores de oficio. No
es posible considerar a la ciencia del
gobierno en la política como a una charca
que sirva de revolcadero a los caimanes.
Para llegar al poder es indispensable tener
el bagaje de las responsabilidades. No es
posible que las instituciones serias caigan
en estos círculos sin valor alguno.
Jones había permanecido en silencio, sin
contradecir a Guiñazí. De pronto dijo:
—¿Qué sugiere usted, doctor Lloveras?
—Como presidente del comité provincial
voy a convocar a un gran acto en apoyo
del gobierno. Creo que ha llegado la hora
de demostrar a propios y extraños que el
gobernador no está solo.
—Me parece bien. Avance, tiene todo mi
apoyo.
El Partido Radical decide
tomar la iniciativa política
negras y los mas descalificados procu-
radores. ¡Y a eso se le llama justicia!
¡Justicia! En San Juan durante mucho
tiempo no se ha conocido. A muchos
de los jueces exonerados los interesa-
dos les escribían las sentencias con las
que se enriquecían...
Y concluía Guiñazú:
—Gobernador, sólo usted puede
cambiar estas cosas...
—De acuerdo Guiñazú. Pero ¿sabe? Es
imposible hacer gobierno con gente
que quiere ir más lejos que las leyes.
Imposible hacer gobierno con gente
empequeñecida, empecinada en predo-
minar con sus errores; gente capricho-
sa que considera al gobierno cual cosa
propia, de la que puede disponer en
beneficio de unos cuantos. Esa gente
considera al gobierno como un modus
operandi. Y a un pueblo que tiene aun
el espíritu de los conquistadores, es
necesario insinuarle el camino de otras
orientaciones. Es preciso decirle que
para que una oposición se tome en
cuenta es indispensable no ser difama-
dor.
—En esta provincia, doctor Jones, los
mediocres tienen envidia de su capaci-
dad. Con usted están haciendo lo
mismo que hacen con cualquier perso-
na que llega a San Juan que no sea de
la estrechez del círculo provincial... ¡lo
combaten!. Miento. No lo combaten.
Lo difaman. Le hacen el proceso de su
moralidad, sea o no conocida. La
inventan. Son tan estrechos que no
quieren que los argentinos educados en
una cultura superior, contribuyan con
su capacidad al ennoblecimiento de los
intereses morales de la inteligencia.
Prefieren extranjeros alquilados. Con
razón Sarmiento dividía en dos zonas
la escuela política... ¡civilización o
barbarie! Claro está.
(Fuente: conceptos vertidos por Honorio Guiñazú
en su libro “Dr. A. Jones, un hombre, un
pensamiento y un gobernante”, escrito en 1921).