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JONES
C
uando Aquiles R. Castro fue ele-
gido para aompañar a Amable
Jones como vicegobernador, su
candidatura fue aceptada como algo lógi-
co.
Desde 1890 era parte de la política sanjua-
nina, aunque de una manera muy particu-
lar.
Era por aquellos años, integrante del
Club
Juventud Liberal
, que reunía a jóvenes
entre los que se encontraban Pedro
Segundo Elizondo, Remigio Ferrer Oro,
Zorobabel Sanchez, Máximo de Oro, Juan
Jones -hermano de Amable-, Abraham
Tapia, Juan Tierney, Máximo de Oro,
Pedro Garro, Justo Yañez y Diógenes
Varela. Ellos fueron los radicales de la
primera hora, enamorados de Alem y
seguidores de Hipólito Yrigoyen.
Pero decíamos que era particular la forma
de hacer política pues se definían como
radicales principistas y desde aquel lejano
1.890 permanecían en abstención cívica.
De aquellos tiempos venía la estrecha
amistad de Aquiles Castro con la familia
Jones y con Abraham Tapia. Treinta años
más tarde, ya maduros cincuentones, la
vida los puso ante el desafío de gobernar
San Juan.
La juventud se les había ido en absten-
ciones.
Y para los nuevos jóvenes eran los
“viejos matuchos”,
enamorados de una
idea juvenil.
En realidad, Castro y los suyos mantuvie-
ron congelado el Partido Radical en San
Juan. Y de ahí las bromas que se les
hacía:
“son radicales en la intimidad de
sus hogares”.
La actividad política la
desarrollaban en los café, en interminables
charlas que sólo se alteraban cuando venía
un dirigente nacional y aparecían en pri-
mera fila, recibiéndolos u organizando
reuniones con simpatizantes de la causa.
Pero tenían el mérito de haber sido fieles
a una idea durante 30 años y de no haber
especulado con cargos políticos.
Incluso atrajeron a algunos jovenes. Cada
vez que llegaba a la ciudad un nuevo pro-
fesional, que había bebido de las aguas
radicales en ambientes universitarios de
Córdoba o Buenos Aires, se encontraba en
la provincia con esos hombres de referencia.
Uno de los jóvenes que en 1.914 regresó a
San Juan con vocación política y simpatía
por el radicalismo era un médico que en
poco tiempo daría que hablar: Federico
Cantoni.
P
ero volvamos a Aquiles Castro.
Ya era el vicegobernador de San
Juan. Pero nunca pensó que el
destino le iba a hacer una jugada tan en
contraste con su temperamento.
A él, viejo abstencionista que había vivido
tan tranquilo con su militancia pasiva, la
política lo ponía en el centro de un torbe-
llino en el que las aguas se bifurcaban
irremediablemente y había que optar, algo
para lo que, decídidamente, no tenía voca-
ción.
De un lado sus amigos, Jones, Tapia.
Del otro, amigos también, despechados
porque no habían sido convocados.
En el medio, problemas con los legislado-
res, con la justicia, con los dirigentes
departamentales.
La extraña enfermedad
de don Aquiles Castro
¿Qué hizo don Aquiles?
Ni siquiera conversó el tema con Jones.
Se enfermó.
Y pidió licencia en el mes de sep-
tiembre
Ni siquiera quiso permanecer en la provincia.
Tomó un tren y se fue a Buenos Aires, a hacerse
tratar de su dolencia.
Para
“los muchachos revoltosos”
se trataba de
“simple colitis ocasionada por el miedo”.
La única noticia que a partir de ese momento
tuvieron de don Aquiles fueron sus renovados
pedidos de licencia pues continuaba “
en delica-
do estado”.
P
ara Jones el hecho significó la pérdida
de un amigo que podría haber sido un
aliado.
Para los intransigentes, en cambio, la ausencia
del vicegobernador significaba el control de la
presidencia de la Cámara de Senadores, cargo
que desempeñaba el ingeniero Juan Estrella, con-
vertido de hecho en el hombre que sucedería
Amable Jones ante cualquier circunstancia.
Aquiles Castro
en una foto de la
época en que fue
vicegobernador.
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