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El rechazo
de lo foráneo
Un sentimiento
que viene
de la historia
JONES
U
n tema que no puede soslayar-
se era el rechazo de los sanjua-
ninos a todo lo que viniera de
afuera,
sean ideas ú hombres.
Puede sonar ilógico.
¿Cómo iba a haber rechazo a lo foráneo
si la provincia estaba viviendo una etapa
de gran progreso, precisamente por el
aporte de miles de familias extranjeras
que desde fines del siglo anterior se
radicaban?
Este es un punto clave para entender
nuestra madera.
San Juan acoge al forastero. Acepta de
buen grado que venga a producir y a
generar trabajo.
Pero nunca fue una
sociedad abierta.
No ve con buenos ojos que al poco
tiempo de estar radicado ese forastero
quiera ser protagonista
—La incorporación definitiva a la
sociedad sanjuanina
—, sostienen histo-
riadores—
se produce a través de los
casamientos o del progreso económico
sostenido
Ese sentimiento no se limita al inmi-
P
ero... ¿de dónde viene ese rechazo a
lo foráneo?
La respuesta hay que buscarla en la
historia.
Una historia que no comenzó con la llegada
de los españoles, sino antes, con los incas.
La llegada del inca significó no sólo la escla-
vitud para los pacíficos huarpes. Representó
también un sometimiento al extremo de per-
der la lengua y la cultura, adoptando la del
conquistador.
Los incas descabezaron a toda la clase sacer-
dotal, en la que residía el poder de las comu-
nidades. Fue el fin de caciques y príncipes y
princesas de sangre.
La Nación huarpe se hallaba herida de muerte
bajo la dominación de los hijos del sol, cuan-
do llegaron los hispanos. Los incas traslada-
ban poblaciones enteras, llevándose los hom-
bres y trayendo a su propia gente. Ellos lla-
maban “incaizar” a este procedimiento.
Uspallata fue una de las poblaciones incaiza-
das. Muchos fueron trasladados a la cordillera
de Colangüil para trabajar las minas, donde
murieron
La llegada de los españoles completó el
proceso de desaparición de la Nación
Huarpe.
La mayor parte de los hombres que quedaban
fueron arrancados de sus hogares y llevados a
Chile, donde los hicieron trabajar en las más
duras labores mineras. La mayoría murió en
los socavones, en los piques, cargando sobre
sus espaldas pesos que superaban el del pro-
pio cuerpo. Ninguno volvió.
A
sí se perdió la sangre indígena.
Surge el mestizo o criollo que aún
tiene vigencia en la población de
grante. Vale también para el sanjuanino
que un día emigró y que 20 o 30 años des-
pués regresa.
Lo peor que puede hacer es tratar de trans-
mitir sus experiencias, exhibir ejemplos
lejanos.
A los sanjuaninos exitosos se los
admira cuando están afuera.
Si esto ocurre con las personas, mucho
peor es con las ideas. Como típica provin-
cia terminal, arrinconada contra la cordi-
llera, San Juan tiene su microclima.
Seguramente al mundo no le interesa
nuestro microclima. Pero eso no es lo
grave.
Lo preocupante es que a nosotros
poco nos importe el mundo.
Y en aquellos años 20, cuando no existía
la radio ni la televisión el aislamiento y el
rechazo a lo externo, era aun mayor.
Sarmiento, con todo su aporte al país y
habiendo sido ya presidente de la Nación,
aceptó al final de sus días postularse al
Senado.
Lo destrozaron.
Un oscuro poli-
cía de apellido Cabeza lo derrotó amplia-
mente en las elecciones. La gente —y en
especial la clase dirigente— no votó a
Cabeza.
Votó contra Sarmiento.