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JONES
cito.
¿Qué tiene que hacer el ejército de
la Nación con un sumario que pertenece
a los jueces?.
Q
ue se castigue a los culpables,
pero que se libere a los inocentes.
Quisiera ver pronto que surja el
juez, que con toda entereza diga: voy a cum-
plir, voy a aplicar toda la majestad de la ley.
Yo sabía, señor presidente, que don Federico
Cantoni, con quien yo no había andado
jamás de acuerdo en política, con quien sólo
tenía la amistad del saludo, estaba preso en
la cárcel; estuvo preso siendo molestado e
injuriado en toda forma. Estaba también ahí
un jóven hermano universitario, que el año
pasado, por consejo mío, fue a establecerse
en San Juan para servir a la provincia.
Después de estar diez días en mi provincia,
después de un año casi que no iba ¡qué más
lógico que ir a saludar a estos dos universi-
tarios, a estos hijos de mi intelecto, porque
así considero yo a los que han sido mis dis-
cípulos! ¡Estaban, señor presidente, en una
cárcel donde se encierran los peores crimi-
nales!
No fuí allí ocultamente. Me presenté al juez
y le dije: Señor: sé que todavía están inco-
municados los presos políticos; si fuese fac-
tible, desearía una orden para poder visitar a
los doctores Cantoni. El juez me dijo: venga,
doctor conmigo, yo lo voy a acompañar. Y
fui con el Juez. Ví a los doctores Cantoni y
los saludé.
Alguien transmitió un telegrama al ministro
del Interior, diciendo que yo quería hablar
secretamente con los doctores Cantoni, en
una forma casi embozada. ¡Era la calumnia,
el venticello que agranda! Mentira: yo no
podía hablar secretamente con los doctores
Cantoni, ni tenía nada que hablar secreta-
mente. Fue apenas un saludo, un apretón de
manos y desearles que la justicia cumpliera
con su deber y les abriera las puertas de la
cárcel si tenían derecho a ello.
Señor presidente: sólo la perversidad huma-
na, o por lo menos la indiscreción, pueden
hacer fluir esas palabras en boca de un hom-
bre culto y civilizado como el doctor
Lloveras.
...........................
Sr. Lloveras. —
Pido la palabra.
No desconozco que después de los hechos
producidos se hayan cometido, dado el
momento de confusión, algunos actos que
hayan agraviado a numerosos ciudadanos
honorables de aquella ciudad. Yo mismo
cuando llegó el ministro del interior doctor
Gómez, le manifesté la conveniencia de lla-
mar a la reflexión a los espíritus exaltados.
Pero en los momentos actuales existe en la
ciudad de San Juan, una terrible tiranía de
una “maffia” que envía anónimos a todos
los hombres que no piensan como ella. Allí
se vive en un estado de completa intranqui-
lidad; y el pueblo que ha visto despedazar
las personas del gobernador, de un indus-
trial honorable y de otros ciudadanos,
no
está tranquilo porque se dice en los
corrillos que los autores de ese crímen
han de salir en libertad en cualquier
momento.
E
l señor diputado Quiroga sabía
muy bien lo que se iba a producir
en aquel pueblo, en efervecencia
según su manifestación yo he pensado en
todo momento que el camino por donde
deben ir los ciudadanos honestos para con-
quistar las posiciones oficiales, es el cami-
no de las urnas. Y así como han ganado el
2 de abril con el concurso de los socialistas,
de los principistas y de algunos otros ele-
mentos que se han separado de los conser-
vadores, han podido ganar en cualquier otra
elección. ¿Si realmente había en San Juan
un gobierno de tiranía y de desquicio han
podido juntarse todos los elementos sanos
de la provincia y vencer, como lo han
hecho? ¿Por qué, entonces, abrir las puertas
al crímen para comprometer la tranquilidad
y la felicidad de aquel pueblo, cuando tení-
an abierto el camino de las urnas?.
Sr. Jorge Raúl Rodríguez (diputado radi-
cal principista de Córdoba): —
Señor pre-
sidente; todos creíamos de buena fe que
había sido aventado de nuestras prácticas
políticas el crímen como un recurso para
conquistar posiciones públicas. Ha pasado
nuestra democracia incipiente muy duras
horas, muy amargas, en la historia política
de nuestro país y jamás fue armada la mano
de uno o de varios asesinos por los hom-
bres del radicalismo, ni cuando sufrieron
las persecuciones más injustas, ni cuando
caían a montones en las barricadas revolu-
cionarias. (¡Muy bien! ¡Muy bien!).
Eso, que parecía extirpado para siempre ha
florecido trágicamente en San Juan, en
momentos en que no había una sola con-
ciencia en la República que pudiera esperar
semejante desborde de barbarie anacrónica
y brutal en nuestras prácticas políticas!.
Yo he oído con atención y con pesar, el dis-
curso hábil y eficaz sin duda dentro de su
propósito de un diputado por quien tengo la
“Existe en la ciudad de
San Juan, una terrible
tiranía de una “maffia”
que envía anónimos a
todos los hombres que no
piensan como ella.
Allí se vive en un
estado de completa
intranquilidad; y el
pueblo no está
tranquilo porque se dice
en los corrillos que los
autores de ese crimen han
de salir en libertad en
cualquier momento”.
Ventura Lloveras