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JONES
E
ran muy distintos los hermanos
Cantoni.
Federico, el mayor, era una tromba
de inigualable carisma, ante cuya presencia
todo pasaba a segundo término.
Tenía una sabiduría natural.
Estaba hecho de una pasta que no se podía
adquirir a través de libros.
Como esos deportistas naturalmente dotados
que hacen todos los movimientos con una
sincronización perfecta y sin necesidad de
ensayos previos.
Eso era Cantoni en el campo político.
Sabía como llegar a la gente.
Y como todo caudillo,
elegía a quién seducir
y a quién hacer su enemigo.
Elio, el más chico, también médico era
un hombre de acción.
Pero no estaba hecho de la pasta del líder.
El hecho de ser un Cantoni lo ubicaba en los
primeros planos de la naciente estructura.
Pero... ¿ocuparía ese lugar si no fuera herma-
no de Federico.
-No, nunca se habría dedicado a la política.
Habría sido un excelente médico-,
decía
años más tarde un amigo.
E
l tercero -aunque segundo en edad-
era Aldo, un tipo distinto.
Era el hombre de cultura.
Había vivido poco en San Juan pues tras ter-
minar sus estudios secundarios se fue a
Buenos Aires en 1.909, a estudiar medicina y
ya no volvió.
Estaba casado con
Rosalina Plaza y estaba
bien conceptuado como oculista.
Pero Aldo también era un enamorado de la
política.
Fue uno de los fundadores del Partido
Socialista Internacional —hoy Partido
Comunista— junto a Alberto Palacios, José
Penelón, Juan Ferlini, José Grosso, Graciano
Reca, José Barreiro y otros.
Varias veces vino a San Juan a hacer campaña
por su partido. Incluso fue candidato sin
mayor suerte electoral.
Dicen quienes lo conocieron que Aldo podía
hablar durante dos horas desde la tribuna. Y la
gente lo escuchaba embelezada. Pero a dife-
rencia con Federico,
no atraía multitudes ni
generaba lealtades incondicionales.
A
ldo incursionaba también en el
deporte.
Pese a su juventud llegó a presidir la
Asociación del Futbol, predecesora de la
actual AFA y era el principal dirigente del
Club Huracán.
Cuando Aldo Cantoni se enteró de los sucesos
de San Juan, no tuvo dudas:
dejó su consul-
torio, renunció al partido a que pertenecía
y se radicó definitivamente en su ciudad
natal para colaborar con su hermano.
Lo
mismo hicieron Reca y Barreiro.
Tenía 30 años y una nueva vida comenzaba
para él.
E
l panorama que encontró no fue fácil.
Las filas bloquistas estaban desorga-
nizadas, dispersas, temerosas.
Se había desencadenado una gran persecución
y el lider partidario -Federico Cantoni-, estaba
en la cárcel.
Si uno ha leído las crónicas de los diarios
advierte que varios de los participantes del
hecho estaban desorientado e incluso
algunos
pretendían lavar sus culpas acusando a
Federico.
¿Había perdido Cantoni su poder?
El tema ha sido estudiado en muchas situacio-
nes similares.
Un líder puede transformar a un ratón en un
héroe.
Pero para que ese estado mágico se mantenga,
el hombre común
debe seguir recibiendo los
El bloquismo se reorganiza
con Aldo Cantoni a la cabeza
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Aldo Cantoni,
quedó al frente
del Bloquismo
durante los
meses que
Federico
estuvo preso.