Principales protagonistas
José Ignacio de la Roza
Tenía 26 años cuando asumió como primer teniente
gobernador de San Juan. Había estudiado en Córdoba y obtuvo
la licenciatura y doctorado en derecho en 1806, en la universi-
dad chilena de San Felipe.
Posteriormente De la Roza se radicó en Buenos Aires,
volviendo a su provincia en 1814 donde el 1 de enero de 1815
fue elegido alcalde de primer voto del cabildo.
De la Roza era un hombre privilegiado. Su abuelo, Tadeo
de la Rosa, antiguo teniente corregidor y justicia mayor de
Cuyo y gobernador de armas de la ciudad de San Juan, amasó
una gran fortuna, acrecentada por su padre, Fernando.
Su abuelo y su padre firmaron de la Rosa pero José
Ignacio cambió el nombre de familia por De la Roza.
Dinero, cultura, título universitario y hombre bien pare-
cido, el joven De la Roza pronto fue el centro de todas las mira-
das cuando regresó a su provincia natal.
Su ascenso a la primera magistratura de la provincia fue rápido y sin mayores resistencia. El
2 de mayo de 1815, por primera vez en su historia, San Juan se dio un gobierno propio, eligiendo
a De la Roza.
El 12 de enero de 1817, José Ignacio se casó con su prima, Tránsito de Oro, con la que tuvo
su único hijo, Rosauro.
Mariano Mendizábal
Hijo de una familia distinguida de Buenos Aires —sus padres fueron Francisco Mariano
Mendizábal y
María Paula
Basabilbaso—
Mariano
Mendizabal eligió la carrera
militar.
Precisamente estaba en el Ejército cuando se produjeron las invasiones inglesas y participó luego
en las campañas revolucionarias. Pero su vida disipada y sus faltas de disciplina lo hicieron acre-
edor a varios sumarios.
Oficial del Ejército de los Andes, recaló en San Juan cuando se estacionó en esta provincia
el Batallón de Cazadores de los Andes. Gran seductor, aquí casó en 1817 con la hermana de De la
Roza, con quien tuvo una hija pocos meses después de la boda.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
16
17
José Ignacio de la Roza
(Ilustración de Santiago Paredes)
La revolución de los parientes
La voz del capitán Francisco Solano del Corro sonó fuerte aquella mañana en la casa del tenien-
te gobernador.
—Ha sido usted condenado a muerte.
Mañana será fusilado.
Inmediatamente, José Ignacio De la Roza, primer teniente gobernador de San Juan fue trasladado
al cuartel de San Clemente y encerrado en una celda.
Los acontecimientos habían comenzado en la madrugada de aquel día 9 de julio de 1820.
De pronto la tranquilidad provinciana se vió alterada cuando el vecindario de San Juan fue des-
pertado por el estampido de varias descargas de fusilería procedentes del cuartel de San Clemente, ubi-
cado a una cuadra de la Plaza Mayor, donde tenía su acantonamiento el Batallón Nº 1 de Cazadores de
Los Andes.
De la Roza, hombre ligado al general San Martín, era el primer sanjuanino que gobernaba la pro-
vincia.
“El gobernador hecho por el pueblo”,
se dijo cinco años antes, cuando fue designado.
En la misma plaza mayor y en las calles de acceso, todo era algarabía:
—¡Muera el tirano! ¡Viva
la Libertad! ¡Viva la Federación!—
, se escuchaba en una plaza colmada de tropas en la mayor confu-
sión.
Curiosos al fin, los vecinos salieron de sus casas a medio vestir para conocer el origen del albo-
roto.
Era la revolución de la que tanto se venía hablando.
De la Roza fue advertido semanas antes del motin en gestación.
No le dio mucha importancia.
Se limitó a convocar al comandante del acantonamiento, teniente coronel Severo García Grande
de Sequeira, que le era leal.
—Señor, el cuerpo de Cazadores de los Andes me responde absolutamente.
Quédese usted tran-
quilo—,
fueron las palabras tranquilizadoras del militar.
Aquel jefe podía responder por su oficialidad, con la que era bastante tolerante. Pero no por la sol-
dadesca, ante la que actuaba en forma implacable. Los resultados estaban a la vista.
Los sublevados sabían que se jugaban la vida.
No podían tener dudas en su accionar.