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mos invadidos por riojanos y mendocinos, se cometieron crímenes políticos que asombraron al país,
hubo revoluciones de todo tipo y fueron frecuentes las intervenciones federales.
Hoy la ebullición ha cesado.
Pero hay rasgos de nuestras vidas que siguen ligados a raíces muy profundas.
Ignorar esas raíces es negarnos a buscar explicaciones a mucho de lo que nos sucede, como la pre-
sencia de caudillos, la resistencia al cambio, la desconfianza y hasta descalificación de lo foráneo, el
espíritu de sobrevivencia, la aparente sumisión al poder que se transforma en violenta oposición, el
miedo a perder lo que se tiene.
Digamos finalmente que no se puede contar la historia sólo a través de los hechos violentos.
Porque mientras estos se producían, San Juan se hacía y deshacia para volver a hacerse una y otra
vez.
Pero tampoco alcanza con contar la historia a través de documentos, expedientes, informes, leyes
o decretos.
La historia es un todo. Y es una continuidad.
Entender la historia es saber hacia dónde vamos.
Es comenzar a modificar lo que sea necesario cambiar. Pero al mismo tiempo consolidarnos en
nuestras raíces.
Y esto, no es poca cosa para una provincia que aún busca su destino.
Juan Carlos Bataller
Antes de entrar en las historias, vamos a precisar algunos aspectos muy importantes para que
nuestra mirada sea integradora.
El primero de ellos es el origen de San Juan como provincia autónoma.
Sin pretender ser dueños de la verdad diremos que San Juan, especialmente en el siglo pasado, se
transformó en una especie de inmenso laboratorio que verificó en su propia piel los procesos en marcha.
Durante la campaña libertadora , al igual que Mendoza, fuimos transformados en “campo de ejér-
cito”. Cuyo aportó hombres, bienes y pertrechos como ninguna otra región.
Esos aportes no fueron siempre voluntarios. Esto originó tensiones previsibles e instaló hasta
nuestros días un elemento gravitante en nuestra vida: la defensa de los intereses provinciales por sobre
los de la Nación.
Esto ha tenido una gran influencia en nuestras actitudes políticas (la existencia de fuertes partidos
provinciales), en nuestra cultura y hasta en nuestra visión del país.
El segundo es la presencia —especialmente en el siglo pasado— de hombres de vigorosas per-
sonalidades y gran envergadura nacional.
De esta tierra salió Francisco Narciso Laprida, el presidente del Congreso de Tucumán, que nos
dio la independencia.
Acá nació un hombre como Sarmiento que conmovió al país y llegó a ocupar la presidencia de la
Nación.
En esta tierra surgió también un Salvador María del Carril, adelantado a su tiempo y hábil políti-
co que llegó a ser vicepresidente.
Sanjuanino también fue Guillermo Rawson, hombre de gran gravitación en la política nacional.
Durante treinta años gobernó esta tierra Nazario Benavides, hombre cuya acción no ha sido aun
valorada como se merece debido a la persistencia de corrientes enfrentadas que han impedido una justa
valoración.
Cómo ignorar a los hermanos Cantoni, enfrentados con Hipólito Yrigoyen.
La presencia de hombres de tal envergadura hizo que siempre hubiera una
“cuestión San Juan”
en la Nación. Y que todos los grandes enfrentamientos nacionales se vieran reflejados con increíble fuer-
za en nuestra geografía. Esto explica las frecuentes invasiones, las periódicas intervenciones y hasta la
forma violenta de resolver los conflictos.
Otro elemento es la magnitud de los cambios y la rapidez con que estos se produjeron.
Con Del Carril se hizo la primera experiencia de voto popular,
mucho antes que en el resto del
país. En San Juan votó por primera vez la mujer argentina, 25 años antes que en la Nación. Fuimos una
de las primeras provincias en tener prensa y por allí se encauzó buena parte de la lucha política.
En el campo económico hubo cambios muy profundos, como que de provincia forrajera pasamos
a ser vitivinícola.
De los terratenientes —verdaderos señores feudales del siglo pasado— pasamos al
minicultivo en muy poco tiempo. De ser una provincia rural (el 80 por ciento de la población vivía en el
campo a principios de siglo) constituimos hoy un caso extremo de concentración urbana en un sólo oasis.
A esto debemos sumar el terremoto, con su tremenda influencia política, económica y sociológica.
La presencia de una vigosa inmigración cambió también la estructura del poder como en ninguna
otra provincia, hasta hacer desaparecer de la vida económica, social y política a familias tradicionales.
Con Cantoni se avanzó en la legislación laboral mucho antes de que lo hiciera la Nación con Perón.
Todo esto es lo que transformó a San Juan en un inmenso laboratorio.
De esa ebullición, no podía ser de otra manera, surgieron hechos de una magnitud que impresio-
na.
Como que aquí se registró (en Angaco) la más cruenta batalla que registra historia argentina, fui-
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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