Lo primero que hicieron fue detener a los oficiales que no se habían plegado al movimiento: el
comandante Sequeira, el segundo jefe, sargento mayor Lucio Salvadores y varios capitanes.
Acto seguido se dividieron en dos grupos.
Un piquete, al mando del teniente José Ramón Jardín, un negro liberado de 25 años, se dirigió a
la casa de De la Roza, constituyéndolo detenido en una de las habitaciones. Un segundo grupo domina-
ba el cuartel del batallón de Cívicos,
matando al joven teniente Bernardo Navarro, de 18 años y a varios
soldados.
Nadie salió a defender a De la Roza.
Si bien el movimiento tenía su origen en pasiones de los soldados, era evidente que el pueblo ya
estaba cansado del teniente gobernador.
La gente prefería aclamar al capitán Mariano Mendizábal, nuevo hombre fuerte de la situación
quien había organizado el movimiento conjuntamente con el capitán Francisco Solano del Corro, de ori-
gen salteño y el teniente Pablo Morillo, porteño, ambos conocidos como hombres brutales y sanguina-
rios. Detrás de ellos,
muchos civiles esperaban también el momento.
Pero a todo esto... ¿quién era este capitán Mariano Mendizábal?
Bartolomé Mitre lo define así:
“Existía agregado al batallón un capitán llamado don Mariano Mendizábal, natural de Buenos
Aires, el cual por su mala conducta había sido separado de las filas. Valiente, corrompido y bullangue-
ro, había asistido a la defensa de Buenos Aires contra los ingleses y hecho casi todas las campañas de
la revolución, siendo objeto de un sumario en 1817 por su conducta e incorregibilidad como por indis-
ciplina, para que se escarmiente a este oficial, lo fuera el capitán Juan Lavalle en abril del año siguien-
te”.
El batallón de Cazadores de los Andes era parte del ejército libertador que San Martín dejó acan-
tonado en San Juan al emprender el regreso a Chile. Integrado en su mayoría por sanjuaninos y refor-
zado con reclutas riojanos, el batallón contaba con 1.200 hombres.
Mal atendido por las autoridades pro-
vinciales y por las nacionales, el batallón vivía en la mayor de las indigencias, debiendo sus integrantes
mendigar para poder subsistir.
Estos hombres que habían combatido en la campaña de Chile, ya no querían más guerras. Sólo
pensar que ahora, cuando habían vuelto a sus hogares, se los enviara a combatir en el Perú, los exacer-
baba.
En este batallón estaba agregado Mariano Mendizábal.
Pero su situación era distinta al resto de los soldados.
El capitán era un gran coquistador... pero de mujeres.
Hombre joven, tenía poco más de 30 años, tez morena, cabellos renegridos y excelente físico,
desde joven había tenido mucho éxito con las damas.
Su facilidad de palabra, su capacidad para acercarse a las mujeres y la experiencia que le daban
sus años como militar, sumado a que provenía de distinguidas familias porteñas y poseía una buena edu-
cación, lo transformaban en un varón apetecible para las jóvenes sanjuaninas, aburridas de la chatura
provinciana.
Y Mendizábal apuntó alto: la hermana del hombre fuerte de San Juan, el teniente gobernador De
la Roza.
Tras pocos días de asedio, la joven Juana De la Rosa sucumbió a los encantos del militar porteño.
Y las consecuencias pronto quedaron a la vista: Juana quedó embarazada.
En aquellos años, una situación de esta naturaleza sólo podía reparse con el casamiento. Y eso pre-
cisamente es lo que quería Mendizábal, atraído por el poder y la gran fortuna de los De la Roza.
La boda se realizó el 28 de abril de 1817, en San Juan.
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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El marco histórico
La provincia de Cuyo es anterior a la formación de San Juan,
Mendoza y San Luis. Nace
con el descubrimiento de su territorio por don Francisco de Villagra en 1551 y le da un nom-
bre aborigen, Cuyo, que quiere decir “arenales”. El gobernador de Chile incorpora a su juri-
dicción las tierras descubiertas y distribuye la encomienda aborigen entre vecinos de Santiago.
Luego nacen las ciudades.
En 1776 se crea el virreinato del Río de la Plata, a cuya juridicción queda incorporado
Cuyo como parte integrante de la intendencia de Tucumán.
Producida la revolución de Mayo, a la que se pliegan Mendoza, San Juan y San Luis,
en cada una de ellas se crea una junta de gobierno, que actúa como agente de la Junta de
Buenos Aires. Surge entonces la necesidad de instaurar un gobierno propio y por resolución
del Triunvirato se crea la provincia de Cuyo, que tenía como capital a Mendoza.
El general San Martín es el gran impulsor de esta iniciativa pues necesitaba a esta región
para convertirla en campo militar para sus campañas.
Cuando San Martín inicia la campaña en Chile, deja al frente de Mendoza al coronel
Toribio de Luzuriaga y como tenientes gobernadores, en San Juan a José Ignacio de la Roza
y en San Luis al coronel Vicente Dupuy.
Al terminar la segunda década, Las Provincias Unidas se hallaban en plena descompo-
sición política. El interior se alza contra Buenos Aires y la causa federal tiene aceptación en
los pueblos y en los caudillos que lo representan.
En ese clima institucional que aun perduraría algún tiempo, ocurren los hechos de esta
historia.
Dígamos que en esos días, Cuyo sentía todo el peso del sacrificio en la lucha por la inde-
pendencia. El estado de desmoralización llegó a su punto crítico en 1819. La miseria era gene-
ral por los aportes materiales a la campaña libertadora, casi todas las familias habían perdido
seres queridos y las tropas volvían de Chile cansadas y sin deseos de formar en la expedición
al Perú.
Los nuevos objetivos demandaban hombres y dinero. Y la gente ya estaba cansada. La
guerra exterior era impopular y el mismo general San Martín era objeto de una campaña sorda.
Mariano Mendizábal pronto advirtió que su cuñado tenía dos problemas.
El primero, cada día estaba más distanciado de la gente y el descontento se generalizaba.
Segundo, De la Roza era un patriota y como tal había encabezado de su peculio particular las lis-
tas de contribuciones de guerra.
Como administrador de la inmensa fortuna familiar tras el fallecimiento de su padre, Fernando de
la Roza, el teniente gobernador comprometió bienes familiares. Ningún pariente se quejó. Hasta que apa-
reció Mendizabal en la familia y a nombre de su mujer objetó judicialmente el accionar de José Ignacio,
dando comienzo a un pleito y a un clima de discordia que afectó profundamente al mandatario.