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La primera revolución
¡Pobre Saturnino Sarassa! ¡No sabía dónde se había metido!
El caso es que el 29 de enero de 1812, el Triunvirato resolvió la eliminación de las juntas provin-
ciales y subordinarias. Serían reemplazadas por un nuevo sistema de gobierno. En adelante, se designa-
rían gobernadores y tenientes gobernadores.
San Juan era parte de la provincia de Cuyo, dependiente de Córdoba. Por lo tanto le correspondía
una tenencia de gobernación.
Y es así como fue designado el bueno de Saturnino primer teniente gobernador de San Juan.
Sarassa había nacido en Buenos Aires y tenía 51 años cuando fue designado.
Se había iniciado en la carrera militar en 1806, en la guerra para expulsar a los ingleses de Buenos
Aires.
Cuando fue designado, el 7 de febrero de 1812, don Saturnino tenía el grado de teniente coronel
y había enviudado de su esposa,
María de Herrero y Cossio.
Antes de llegar a la provincia ya comenzaron sus problemas. El Cabildo local no estaba muy de
acuerdo con el centralismo inaugurado en su nombramiento.
No obstante, como siempre sucede cuando se inaugura un gobierno, el 12 de abril don Saturnino
asumió su cargo
“con el mayor aplauso y regocijo de todo el vecindario”,
como quedó consignado en
el comunicado oficial.
De cualquier forma y por aquello de que hombre precavido vale por dos, la primera medida de
Sarassa fue ordenar
“la reparación de las pocas armas de chispa que quedan en manos del gobierno
para mantener la tranquilidad y el orden público y hacer respetar las leyes y providencias”.
Sarassa asumió condicionado por dos grandes problemas. En el plano nacional, el viraje que sig-
nificó el Triunvirato contra la anterior política de la Junta Grande.
Y en el plano local las tradicionales
peleas entre
“beatos”
y
“marranos”
y la presencia en cada uno de esos grupos de partidarios del cen-
tralismo y del provincialismo.
A eso debía sumarse que sólo unas pocas familias contaban en la provincia y qué parentescos o
intereses contribuían a la formación de grupos.
Los
marranos
pronto buscaron un acercamiento. En ese grupo estaban José Ignacio de la Roza,
Revoluciones y crímenes políticos en San Juan
Juan Carlos Bataller
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Aberastain y Godoy.
Decidieron enviar al nuevo teniente gobernador un oficio señalándole
“la dulce
complacencia que a los firmantes le producía el arribo del teniente gobernador don Saturnino
Sarassa y dan gracias por la buena elección de este jefe”.
Como siempre ocurre, hasta algún
beato
despistado firmó el oficio.
En realidad,
más que congraciarse con Sarassa lo que hacían era provocar al sector barrido por la
Junta subalterna, en especial los hombres fuertes hasta ese momento, José Javier Jofré y el ex diputado
José Ignacio Fernández Maradona.
Para colmo de males, un joven abogado estaba dispuesto a iniciar su carrera política sin reparar
en medios. A diferencia con los Del Carril o De la Roza, que eran de familias ricas, este joven idealista
tenía sus estudios universitarios pero era de familia pobre. Se llamaba Francisco Narciso de Laprida.
Laprida, alcalde de primer voto del Cabildo, apuntó sus dardos contra Sarassa con un argumento
bien demagógico: lo acusó de connivencia con los realistas e hicieron correr la voz de que se había entre-
gado a la administración anterior.
Está visto que los problemas nunca vienen solos.
Y el gobierno superior nunca se había preocu-
pado por delimitar con claridad cuáles serían las funciones del Cabildo y cuáles las del teniente gober-
nador.
Diplomáticos, los miembros del Cabildo se lo hicieron saber a Sarassa:
“Las comunes ocurren-
cias que hay con este Cabildo a falta de reglamento especial, inducen a representar a V.E. la urgencia
en que se halla para hacer respetar su autoridad, sin temor a excederse en los términos de su juridic-
ción”.
La guerra de las versiones
La tirantez entre el Cabildo y el teniente gobernador llegaron a un grado extremo a mediados de
1813.
Las relaciones eran tan absurdamente enfrentadas que hasta los más medulosos historiadores han
optado por un prudente silencio sobre esta etapa, caracterizada por las bajezas y la pasión demostrada
por varios futuros próceres sanjuaninos.
Quiénes vivían en San Juan
En la particular clasificación que se hizo en el censo de 1812, en la ciudad de San
Juan vivían 3.591 personas y en la campaña, otras 9.388.
De los que vivían en la ciudad, 1.558 eran americanos (criollos y mestizos); 40 espa-
ñoles, 17 extranjeros, 500 indios, 1.409 negros y 67 religiosos.
En la campaña, en cambio, residían 2.882 americanos, 25 españoles, 24 extranjeros,
5.299 indios, y 1.268 negros.
Según ese censo, de los 1.409 negros que vivían en la ciudad, 230 eran libres y 1.179
esclavos. De los 1.268 que habitaban la zona rural, había 962 libres y 306 esclavos.
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