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tiempo, ha generado un nuevo factor de inequidad social y de desigual-
dad.
Esto no lo cambiará el mercado.
Son los estados nacionales los que deben generar condiciones para ase-
gurar la distribución de los bienes de conocimiento y compensar estas
diferencias.
Son reales los riesgos de exclusión social y marginación en el mercado
laboral del futuro que pueden sufrir los jóvenes si no se actúa contra el
analfabetismo informático, dado el creciente papel de la educación y la
formación como factor de producción y como elemento de soberanía y
garantía de desarrollo.
El efecto más evidente de este cambio es la crispación –una palabra
vieja pero a la que en la Argentina se le ha querido dar un sentido po-
lítico-, en la que viven las sociedades.
Las llamadas nuevas tecnologías son ciertamente eso
, nuevas maneras
en que la reflexión y creación humana se expresan
. Su presencia gene-
ralmente divide a las sociedades: entre los que las promueven e impul-
san y los que con recelo y rechazo las ven aparecer cambiando las formas
de hacer y vivir la vida cotidiana.
¿Es esto nuevo?
No, no lo es.
Deberíamos estar acostumbrados a estos sucesos. La historia humana y
nuestras personalísimas historias han girado, se alimentan y revolucio-
nan con su presencia constante y novedosa.
Pero sus nacimientos siempre son tortuosos, difíciles, pues siempre
plantean cambios en las sociedades.
Y detrás de esos cambios están los seres humanos que, en medio de iner-
cias, temores, ansiedades o entusiasmos, encuentran en ellas dificultades
para su manejo, incorporación y cambio de referentes.
Nada es fortuito.
Ni el divorcio entre la gente y sus dirigentes ni los piquetes ni las villas
precarias ni la creciente delincuencia.
Estamos pariendo una nueva civilización.
Y a diferencia de lo que ocurría en la antigüedad, la educación para vivir
en ese mundo
no llega a todos por igual.
Juan Carlos Bataller