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cuela, decíamos, posibilitó que 30 años más tarde el hijo de un inmi-
grante analfabeto hubiera podido llegar a la universidad, participar ac-
tivamente de la vida pública y sentirse plenamente argentino.
Hoy los objetivos de la educación son, naturalmente, otros.
De la educación dependerá nuestra calidad de vida, nuestra forma de
inserción en un mundo globalizado, la posibilidad de estar capacitados
para trabajar en ese mundo y la consolidación de una identidad, indis-
pensable como sociedad en un ámbito al mismo tiempo, heterogéneo y
multifacético.
Entendámoslo:
el puente entre este hoy y ese mañana que queremos
tiene un nombre y se llama educación.
Un puente que no es fácil de cruzar. Porque una cosa es la retórica de la
educación y otra cosa es que nos decidamos a hacer los sacrificios que
implica lanzar un gran esfuerzo educativo y sostenerlo en el tiempo.
Hay muchas tentaciones en el camino a recorrer. Muchas demandas sec-
toriales, muchos intereses personales, muchos miedos que superar.
Las inversiones en educación son de las menos redituables en el corto
plazo: son de rendimiento lento, no le lucen, movilizan resistencias y
obligan a postergar otras demandas.
Pero hay que hacerlo si realmente deseamos ser mejores como sociedad.
Juan Carlos Bataller