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Jones habló de su muerte
en un acto de la juventud
JONES
E
l acto lo había organizado la
Juventud Radical.
La cita era el 26 de Julio, en el
Teatro Estornell, ubicado en la esquina de
Rivadavia y Sarmiento.
Amable Jones estaba contento aquel día. Y se
lo dijo a Florencio Alvarez, el hombre que
ahora conducía el radicalismo
Jonista
o
situa-
cionista
—Hay que trabajar con una nueva genera-
ción. Es imposible rescatar a la actual diri-
gencia de la provincia.
Los partidarios del gobernador se habían
movido bien y el teatro desbordaba. La opo-
sición diría al día siguiente que obligaron a
los empleados públicos a enviar a sus hijos...
Aquel día la figura de Jones creció. No para
los otros: creció para él mismo, que se sentía
incomprendido, cuestionado y difamado sin
razón. Su voz desde el escenario parecía tener
otros matices cuando comenzó a hablar:
“Vengo hasta la juventud de San Juan, como
llegaba hasta la Francia un gran poeta:
con
el sombrero en la mano.
Quiero mezclarme con ella, sentir su alma y
apreciar las vibraciones de su ser colectivo.
Quiero saber de ustedes y de sus ideales.
Estoy ante vosotros, también, con la calma y
la entereza con que un gran argentino se pre-
sentaba a la juventud de la República: tem-
bloroso, severo, austero y a la vez tierno,
porque la amaba y el patriotismo la hacía
reverenciarla. En ella estaba la patria
misma. Comprenderéis que he nombrado al
gran Alem, mártir de la democracia.
He penetrado hasta vosotros con la tranquili-
dad y la satisfacción que da otro gran argen-
tino la seguridad de haber hecho entrar al
país en una modernísima evolución política y
social, tan sólo con su carácter, con sus virtu-
des, con la clarividencia de su talento tran-
quilo y con la voluntad, que es el atributo
únicamente de los seres más elevados en el
desarrollo evolutivo. Ya sabéis que hablo del
presidente de la Nación, Hipólito Yrigoyen.
No es que quiera darme yo mismo las cuali-
dades del gran poeta francés ni de los dos
grandes argentinos a que me he referido.
Pero tengo la enteresa ante vosotros porque
no he dejado que mis ideales me abandonen
o se empequeñezcan.
Así puedo llegar ante vosotros con los mismos
ideales que animaron mi juventud. Esta es mi
satisfacción y mi enteresa, que entrego al jui-
cio de la juventud de San Juan, que decidirá
si es legítima o desmedida.
Quiero también el juicio de todos los hombres
de la República que han creido ver en mí a un
tirano miserable.
Yo no he hecho más que
vivir mi pensamiento y mis ideales, que es el
deber de todo hombre honesto”.
El clima político inicial había dado paso a un
silencio sepulcral. Jones se había ganado la
atención de aquella juventud sanjuanina de
los años 20. Y quiso ir al fondo en su análi-
sis:
“¿Qué se observa en esta provincia si se lo
hace con espíritu de sociólogo, aunque sea
poco experimentado?—,
preguntó.
Y a renglón seguido, se contestó:
No se ve ningún movimiento colectivo alre-
dedor de grandes ideas; ninguna escuela,
ningún cenáculo, ningún centro donde se
debatan cuestiones trascendentes.
Se percibe un gran movimiento de ambicio-
nes y apetitos; el culto hipertrofiado de las
pasiones; una gofilia individual desmedida y
el triunfo en alto de lo falso y del egoismo,
ante el cual el Estado desaparece o es un
pretexto.
Esto tiene un origen lejano. Y no es extraño
a este estado social que los mayores cierren
sus puertas cuidadosamente a la juventud y
se encastillen en una torre de marfil, por no
decir de prejuicios. Y los adolescentes no
encuentren en ellos ningún apoyo”.
Ya instalado en el corazón de su mensaje,
Amable Jones explicó:
“Yo he visto en las calles de esta ciudad lo
mismo que en otras ciudades del mundo.
Jóvenes despreocupados, que caminan lenta-
mente inclinando sus cuerpos hasta confun-
dir sus alientos
¿Son estas tendencias esenciales o propias
de nuestra juventud?
No, son tendencias universales, de todas las
edades, de todas la razas y de todas las lati-
tudes. Es el grito hereditario que nos llega a
“¿Qué se observa en esta provincia si
se lo hace con espíritu de sociólogo,
aunque sea poco experimentado?
No se ve ningún movimiento colectivo
alrededor de grandes ideas; ninguna
escuela, ningún cenáculo, ningún
centro donde se debatan cuestiones
trascendentes.