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JONES
guardia de cárcel. Pero se llevaron una gran
sorpresa. El jefe de la cárcel había acordado
con los revolucionarios entregarse sin ofrecer
resistencia. En lugar de eso,
los recibió una
cerrada descarga.
Al jefe lo habían descubierto y estaba ence-
rrado en un calabozo de la Central de Policía
Quisieron volar la puerta de la cárcel con
bombas pero...
¡con la lluvia se habían
mojado las mechas!
Y no pudieron encen-
derlas.
Para colmo desde los techos de la Merced les
disparaba. Y también desde la cárcel y desde
una vivienda ubicada frente a la cárcel
A
todo esto, Sarmiento y sus seguido-
res no habían tenido problemas en
tomar la Casa de Gobierno y ya
estaban instalados allí. Pero no era fácil la
situación. Los grupos de Cambas y Cuello se
tiroteaban furiosamente con los soldados de
la policía y amigos del gobernador quiénes
ocupaban la Central con mas de 150 hombres.
Desde la parte alta de la Escuela Normal de
Varones, que funcionaba en el edificio de la
Escuela Sarmiento ubicado al lado de la
Cárcel, también disparaba la Policía. Y en la
otra cuadra, Mitre y Tucumán, el tiroteo era
sin cuartel.
Salió el sol y la situación era desesperante
para los revolucionarios. Una idea salvadora
cambió el panorama:
—Hay que incendiar la Escuela.
La escuela Normal de varones funcionaba en
el edificio de la escuela Sarmiento, en la
esquina de lo que hoy es General Acha y
Santa Fe, donde actualmente funciona la
escuela Antonio Torres. Es decir, el edificio
estaba pegado al antiguo cuartel de San
Clemente, ocupado por la Central de policía.
Era junto a la catedral y la casa de gobierno
uno de los tres mejores edificios de la ciudad.
Había sido construida por Camilo Rojo 40
años antes y en el frente tenía columnas con
capiteles y rejas de hierro.
Las llamas pronto cubrieron las paredes.
—Basta, esto no puede seguir. Esta gente
está dispuesta a todo.
El gobernador Godoy había dispuesto rendir-
se.
Sólo quedaba un paso formal: negociar las
condiciones de la rendición
Llamó a su ministro Dario Quiroga y conver-
saron algunos minutos.
Luego Quiroga buscó al doctor Ventura
Lloveras que estaba detenido en la cárcel
desde el día anterior.
—Doctor Lloveras, el gobernador le solicita
que me acompañe para ofrecer la rendición
del gobierno a las fuerzas que usted integra.
Quiroga y Lloveras salieron del edificio de la
cárcel con una bandera blanca.
Cesaron los disparos.
Los hombres llegaron a la esquina de General
Acha y doblaron hacia el norte, rumbo a la
casa de Gobierno.
El edificio en llamas, el silencio que se produce
después de una batalla y los pasos de Lloveras y
Quiroga caminando por el medio de la calle con
la bandera blanca en alto, constituían una esce-
na digna de una película sobre el lejano oeste.
En la Casa de Gobierno se pactó la rendición y
entregaron los cuarteles con sus armamentos.
Se había combatido durante varias horas. Se
habían disparado miles de tiros. Se habían
tirado bombas e incendiado un edificio sím-
bolo, todo en un radio de una manzana. Sólo
hubo 16 muertos, gracias a la mala puntería
de policías y revolucionarios. Y no quedaban
detenidos.
P
ero sigamos con la historia de Ventura
Lloveras.
De esa experiencia revolucionaria venía.
Durante algunos años militó en el Partido Popular.
Fue ministro, legislador
y finalmente se incor-
poró al radicalismo, en el sector nacionalista.
Por aquellos días de agosto de 1.920 Lloveras
presidía el comité provincial del Partido
Radical. Y estaba preocupado, como le expli-
caba a su correligionario y senador Remigio
Ferrer Oro, mientras tomaban un café en el
Grao de Valencia,
la confitería ubicada en la
calle Mitre, frente a la Plaza 25.
—Advierto que esto que está pasando le va
a hacer mucho daño al partido—,
dijo
Lloverras.
—Coincido con usted. Los legisladores no
van a dejar a Jones que gobierne y tarde o
temprano el bloque —y en una de esas
también el partido— se va a romper.
—Quiero contarle que vamos a sacar un
periódico al que llamaremos Nueva Era.
Debemos tener un voz que fije las posiciones
del partido en esta hora. Y que, de alguna
manera, defienda la gestión del gobierno radi-
cal.
—Cuente con todo mi apoyo, doctor
—res-
pondió Ferrer Oro—
Pero... tendríamos que
hablar más seguido con el gobernador.
Está trayendo demasiada gente de Buenos
Aires, que no comprende el medio. Y eso
no es bueno.
Viene de página anterior.
El grupo revoluciona-
rio. A. Elizondo,
E. Zapata, César
Aguilar, Eugenio
Flores, Eusebio
Dojorti, D. Varela,
Remulo Rodríguez,
Juan de D. Bravo,
M. L. Sugasti, Carlos
D. Cánepa, Domingo
Echegaray, Landeau
Keller, Manuel G.
Quiroga, D. Aubone,
A. Jámeson de la
Presilla. Muchos de
ellos se incorporaron
años después al
radicalismo.
Los revolucionarios en la casa de gobierno, después del triunfo de la revolución de 1907.