—Más que un partido, el radicalismo es un
sentimiento.
Y razón tenía.
P
e ro Escobar no era hombre de Alem.
Siempre fue hombre de Yrigoyen.
Don Hipólito lo sedujo desde joven, a
él como a tantos.
Era increíble el poder de seducción de aquel
sobrino de Leandro Alem —era hijo de su
hermana Marcelina—, que estudió abogacía
con grandes dificultades debido a su humilde
condición, y desde muy joven desempeñó los
más diversos trabajos.
Tras acaudillar la revoluciones de 1893 y
1896 toma el control, del Partido Radical.
—¡Qué extraña era nuestra relación con la
política
—pensaba Manuel Escobar—;
con
Yrigoyen a la cabeza fuimos conformando
un partido con comités abiertos en todas
las ciudades, con cuerpos partidarios orgá-
nicos, con diarios que llevaban nuestra voz
y actos proselitistas. Y sin embargo no par-
ticipábamos de elecciones porque nos sentí-
amos revolucionarios y de ninguna manera
íbamos a apañar al régimen.
P
ero esa abstención revolucionaria fue
precisamente lo que le dió fuerza al
radicalismo y una identidad que con-
trastaba con los partidos del régimen —el
roquismo, el pellegrinismo, el mitrismo—,
que se repartían el poder con distintos nom-
bres...
—Nos sentíamos la fuerza moral de la
República
—recordaba Escobar—
y eso
nos fue ganando las simpatías de vastos
sectores que se fueron sumando; desde
hombres del patriciado hasta peones
rurales...
Lo que no entendía el régimen era que el
mundo estaba cambiando. Que Argentina ya
no era el país anarquizado y pobre de treinta
años atrás, con la tercera parte del territorio
ocupado por los indios, sin moneda propia y
sin tan siquiera una capital federal. Eramos
ya la expresión más acabada de la civiliza-
18
El interventor Escobar:
un radical de la primera hora
JONES
ción europea en América, con un excelente
servicio de educación, una importante clase
media, continuidad institucional y dirigentes
de peso.
“Para vivir estéril, inútil y depri-
mido, es preferible morir. Sí, que
se rompa pero que no se doble. He
luchado de una manera indecible
en estos últimos tiempos pero mis
fuerzas, tal vez gastadas, han sido
incapaces para defender la monta-
ña y la montaña me aplastó...
.....
...Adelante los que quedan.
¡Ah... cuanto bien ha podido
hacer este partido si no hubiesen
promediado ciertas causas y cier-
tos factores!
....
Alem tomó un carruaje y le ordenó
al cochero que fuera al Club del
Progreso.
Poco antes de llegar se
decerrajó un disparo.
Su cuerpo fue llevado al edificio y
depositado sobre una mesa. Ya
había muerto.
Su suicidio franqueó el camino al
regreso de Roca.
Desde 1983 ya habían aflorado los
conflictos en el interior del radica-
lismo. Alem estaba enfrentado con su
sobrino, Hipólito Yrigoyen, que era el
jefe radical de Buenos Aires.
Antes de suicidarse, el 1 de julio de
1.896 había escrito:
“los radicales conservadores se irán
con don Bernardo (Bernardo de
Irigoyen
jefe del comité nacional, que
se había aliado con el mitrismo); otros
radicales se harán socialistas o anar-
quistas. La canalla de Buenos Aires,
dirigida por el pérfido traidor de mi
sobrino Hipólito, se irá con Roque
Sáenz Peña y los intransigentes”.
Para entender
al radicalismo
Así vio el caricaturista de “El
mosquito”, los enfrentamientos
entre Leandro N. Alem y su
sobrino Hipólito Yrigoyen.
Viene de pág. anterior