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Alejandra Araya
nen de sus padres. En otras imágenes, se veía a la pareja corretear dis-
frazados, jugando felices, metiéndose en la pileta de lona y brindando
con champagne. Tal vez, si la Pájara Pinta hubiese tenido a su Pájaro
Pintor, la propaganda no le resultaría tan ajena.
Por eso, para reencontrarse con lo lindo de su casa, la remodeló y se
dedicó a otras actividades: hizo dulces, salsas, conservas. Tejió tardes
enteras.
-Nandy está molesta.
-¡Necesita un novio! Dicen que los perros se parecen a sus dueños…
Le dijo Gaby que le venía a contar que se iba a Potrero de los Funes con
un pretendiente.
-¡Estás loca!
-¿Y? La vida es ahora.
-¿Cómo lo conociste?
-¡Por Internet! Mis hijos llenaron una ficha en una página de Solas y
Solos en San Juan, subieron mis fotos y ¡vualá! Vos tendrías que soltarte,
hacer una locura, sacar la “perra” que tenés adentro.
-¡Jamás! ¡Nandy duerme conmigo al lado de mi cama!
-No entendés nada, Emilse. Has perdido tu eje.
-No lo perdí, me abandonó.
-Shhh. Acordate del ejercicio de relajación:
Con los brazos levantados, Gaby repetía:
-Yo me alíneo y todo me chupa un huevo, todo me chupa un huevo,
mientras sacudía sus manos a los costados y bailaba contenta.
-¡Sos terrible! Jajaja.
-Me estoy enamorando. Acordate de Joao Gilberto cuando cantaba:
“La mujer que al amor no se asoma no merece llamarse mujer. Es cual
flor que no esparce su aroma, como un leño que no sabe arder”.
Nandy andaba rara. Comía poco, no le hacía fiestas cuando llegaba
y dormía inquieta. Emilse la llevó al veterinario quien luego de revisarla,
le preguntó a su dueña:
-¿Embarazos?
-Sí, dos: Sebas y Belén.
-La perra, señora.
-Hace siete años tuvo tres perros. Luego mi hijo la llevó y la esterili-
zamos. Fue para unas vacaciones. Nos fuimos con mi mar, mar, mar